Ilja_Jefimowitsch_Repin

Este domingo escuchamos la narración de dos actuaciones de Jesús que ponen de relieve que la misericordia y la redención de Dios ante la fragilidad humana son copiosas. Todos los seres humanos tenemos conciencia de nuestra temporalidad física y asumimos la muerte corporal como un elemento propio de nuestra naturaleza. Partiendo de esta premisa, deberíamos llegar a la conclusión de que morir ni es un hecho trágico, sino natural, sin obviar cuántas muertes también se producen en el mundo por circunstancias trágicas, pues, por un lado, tenemos fenómenos naturales como terremotos, accidentes de toda clase (de carretera, incendios, etc.) y por otro, vemos las mortales consecuencias de la locura humana, con las guerras, la violencia en general y la doméstica en particular. Contrastar la fuerza de la Palabra de Dios y el uso de la palabra de la fuerza por parte del hombre, nos lleva hoy, muy brevemente, a hacer este comentario.

La muerte a la vida divina, causada por el pecado, es la que expresa Dios al hombre. Y es en Jesús, su Palabra encarnada, donde vemos este AMOR sin límites y la liberación (redención) generosa ante la visita de la enfermedad que desemboca en la muerte. Ambos textos se leen juntos porque son idénticos: la resurrección de la hija de Jairo, de doce años, y la curación de la mujer hemorrágica, que sufría pérdidas de sangre desde hacía doce años, una enfermedad que la llevaba también a las puertas de la muerte, expresan la compasión y la misericordia de Dios ante el dolor, la fragilidad y la muerte física.

Este relato evangélico de hoy pone de relieve la doble lectura de la muerte para Dios. Él no es impasible ni distante frente al sufrimiento humano, sino todo lo contrario: su amor por el hombre es infinito, y el Evangelio lo pone de manifiesto en todas sus páginas; la muerte que en realidad preocupa a Jesús es la muerte causada por el pecado, ya que ésta nos aleja de la vida después de la vida junto a Dios en su Reino.