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La fiesta del nacimiento de San Juan Bautista está vinculada estrechamente con la de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Al anunciar el nacimiento de Jesús, el ángel Gabriel dio a María la noticia de que su prima Isabel esperaba un hijo:

«También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible» (Lc 1,36-37). Se fijó la fecha de la celebración del nacimiento de San Juan en referencia al nacimiento de Cristo; así, dado que la Iglesia fijó la celebración de la Navidad en el solsticio de invierno, el 25 de diciembre, se situó la conmemoración del nacimiento de San Juan en el solsticio de verano, el 24 de junio, seis meses antes de la Navidad y tres meses después de la fiesta de la Encarnación de Cristo.

La importancia de San Juan Bautista, precursor del Mesías, se pone de manifiesto en el hecho de ser el único santo, a excepción del mismo Jesucristo y la Virgen, de quien celebramos su nacimiento y su muerte; la conmemoración de ésta se sitúa el 29 de agosto, conocida como el Martirio de San Bautista, o “Degollación”, por el modo como entregó su vida en testimonio de la verdad.

Juan Bautista fue un profeta de fuego, que no tenía pelos en la lengua. Quizás su educación la recibió entre los esenios del Mar Muerto, así podemos entender lo que nos dice Lc 1,80: «El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel». Ya adulto, abandonó la comunidad esenia y su vocación lo llevó a preparar los caminos del Mesías mediante la predicación popular y el bautismo de conversión. El Evangelio da testimonio de la fuerza de su palabra y de su gran humildad. Arrestado por el impío rey Herodes Antipas, murió ignominiosamente en la fortaleza de Maqueronte, junto al Mar Muerto. Sin embargo, la Iglesia se ha encargado de hacer oír la voz de Juan a lo largo de los siglos, ha venerado su memoria con gran honor, dando gracias a Dios por habernos dado un precursor tan eximio, y ha mostrado cuán actual es su mensaje, que se puede resumir en estas tres palabras: penitencia, conversión y aceptación de Jesucristo.