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La historia de la vida de Jesús está llena de experiencias que vale la pena conocer y profundizar para así comprender mejor su sentido más profundo. De todas ellas, hoy hablaremos de ese momento en que Jesús llega a Jerusalén por última vez, siendo plenamente consciente de todos los acontecimientos que se desarrollarían en los días siguientes y que desembocarían en su PASIÓN Y MUERTE EN LA CRUZ, acontecimientos que no serían comprendidos por sus amigos.

En concreto, Jesús sabe que sus discípulos están todavía muy lejos de entender el plan de Dios y, por tanto, el sentido último de lo que le espera. Por eso, Jesús quiere reunir en la mesa a sus amigos y darles allí un referente de identidad, para que su presencia pueda seguir viva y presente en la memoria de todos ellos. Y he aquí que, de ese momento, tenemos un testimonio detallado de todo lo que Jesús hizo y les dijo cuando sentados a la mesa, tomó el pan y el vino, pronunció la bendición al Padre, lo partió y lo repartió a sus amigos con estas palabras: **«Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, entregado por vosotros»**.

Y después tomó el cáliz y se lo pasó diciendo: «Tomad y bebed todos de él, porque esto es mi sangre, que será derramada por todos vosotros para el perdón de los pecados». Después les dijo: «Haced esto en memoria mía».

Como nos relata ampliamente el Evangelio de Juan, capítulo 6, versículos 50 al 58, desde este gesto fundacional de Jesús, la Iglesia ha celebrado la Eucaristía, y la Eucaristía ha edificado la Iglesia, con plena confianza en las palabras de Jesús: **«El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día»**. Por eso, esta festividad del Corpus sigue estando presente en nuestros días, dentro y fuera de la Iglesia, para que su mensaje de trascendencia llegue a ser parte de toda vida humana.