Resurrection-min

Entre los improbables aborrecedores de la astrología o del culto a la diosa Minerva, no encontraríamos a ninguno que se enfadase si nos colgáramos del cuello un amuleto representativo de cualquier constelación de estrellas; tampoco si colgáramos de una pared una escultura del búho minervino. Sin embargo, hay gentes que se soliviantan si ven una cruz colgada de la pared o de cualquier cuello; gentes que, incluso, han recurrido a los tribunales, para que les aparten de su vista ese símbolo. Y a veces los tribunales han ordenado hacerlo.

¿Alguien puede encontrar una explicación racional a tan misteriosos fenómenos? Yo la he buscado en vano. Si alguien me hubiese brindado una respuesta convincente habría podido abominar de la Cruz (…). Pero esa respuesta convincente nunca me la brindó nadie; así que he tenido que aceptar humildemente que la furibunda hostilidad que algunos profesan a ese símbolo en el que se cruzan dos simples líneas (más corta la vertical, en abrazo hacia la tierra; más larga la horizontal, disparándose hacia el cielo) se explica porque representa una verdad universal y eterna; mientras que la complaciente hospitalidad que se brinda a cualquier otro símbolo se explica porque todos ellos representan multiformes, efímeras e intercambiables mentiras. Aunque parezca increíble, también hay hechos tenebrosos muy iluminadores. (J. M. de Prada).

Estas palabras del escritor de Prada nos pueden situar ante el abismo del hombre de hoy delante del Calvario. Delante de la Cruz quedamos sin posibilidad de queja ni de excusa, ya que el mismo Dios hecho hombre se ha puesto en el centro del mundo, en silencio, recibiendo todos nuestros gritos y desprecios, cuando Él es el Cordero de Dios. Esto es lo que ha hecho el Señor con nosotros un año más, ir a donde nadie le llamaba ni a donde nadie le esperaba para calmar nuestras rabias más hondas y ocultas en su cuerpo santísimo, que se ofrece como hostia viva en la cruz, y reposa en la boca del mundo, el sepulcro, la tierra. Pero en esta noche santa, se desata el delirio de Dios, y Cristo desde el núcleo incandescente de nuestro planeta Tierra se levanta lleno de furor, victorioso y sereno, sin látigos ni castigos. Cristo resucitado sólo lleva sobre si las marcas de los clavos, que marcan para siempre su carne bendita, que ahora vive para siempre. Por eso, a diferencia del crucificado, al resucitado sólo lo pueden ver los humildes que se abren a la fe. Los ávidos, curiosos y desvergonzados continúan hoy profiriendo aullidos de ultratumba, hasta que se dejen vencer por el Amor.

Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo! Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mí gozo.» Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos.” (Pregón Pascual).