El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna (Jn 12,25). Es decir, quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. Ésta se vuelve tediosa y vacía. Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, en el «sí» a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida se ensancha y engrandece. Así, este principio fundamental que el Señor establece es, en último término, simplemente idéntico al principio del amor. (…) Y este principio del amor, que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la cruz, al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo.
Queridos amigos, tal vez sea relativamente fácil aceptar esto como gran visión fundamental de la vida. Pero, en la realidad concreta, no se trata simplemente de reconocer un principio, sino de vivir su verdad, la verdad de la cruz y la resurrección. Y por ello, una vez más, no basta una única gran decisión. Indudablemente, es importante, esencial, lanzarse a la gran decisión fundamental, al gran «sí» que el Señor nos pide en un determinado momento de nuestra vida. Pero el gran «sí» del momento decisivo en nuestra vida —el «sí» a la verdad que el Señor nos pone delante— ha de ser después reconquistado cotidianamente en las situaciones de todos los días en las que, una y otra vez, hemos de abandonar nuestro yo, ponernos a disposición, aun cuando en el fondo quisiéramos más bien aferrarnos a nuestro yo. (…) Quien promete una vida sin este continuo y renovado don de sí mismo, engaña a la gente. Sin sacrificio, no existe una vida lograda. Si echo una mirada retrospectiva sobre mi vida personal, tengo que decir que precisamente los momentos en que he dicho «sí» a una renuncia han sido los momentos grandes e importantes de mi vida. (Benedicto XVI).
Estas palabras del papa nos hablan del sí de Cristo a la voluntad del Padre, nos hablan también del mandamiento del amor que sólo hemos conocido por el abajamiento del Señor, porqué Él nos lavó los pies. Y también, el texto del papa nos recuerda el significado del estandarte de la Cruz que Cristo ya se dispone a abrazar al entrar en Jerusalén. La Cruz es la síntesis de nuestro sí a Dios, y del amor que nos ha enseñado el Maestro poniéndose Él en el último lugar.
Precisamente por eso los momentos de renuncia en nuestra vida son momentos de libertad y de felicidad; por amor a Cristo clavado en cruz, renunciamos a nuestras cosas y vemos que Dios obra un nuevo comienzo, abre para nosotros un nuevo camino. Podemos echar una mirada retrospectiva sobre nuestra vida personal. ¿En qué momentos hemos renunciado a nosotros mismos; qué momentos han sido los más grandes e importantes de nuestra vida? Pensemos en el que se tiene que despedir para siempre de la bebida, o de la persona que más ama. Ese desgarro interior por el que pensamos que nos quedamos vacíos, sin nada, puesto en manos de Cristo, es motivo de paz y de esperanza.