Con el V Domingo de Cuaresma iniciamos el Tiempo de Pasión, una fase más intensa de nuestro camino cuaresmal, en la que la liturgia nos invita a fijar nuestra mirada en la Cruz de Cristo. En muchas iglesias se cubren las imágenes sagradas, un gesto que nos ayuda a centrar nuestra atención en el misterio del Redentor, que se entrega por amor hasta el extremo.
Durante estos días, la Palabra de Dios nos introduce progresivamente en la entrega de Jesús. Se nos recuerda que El es el Siervo sufriente, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su Pasión no es un accidente de la historia, sino el cumplimiento del plan de salvación que Dios había preparado desde antiguo. Jesús, anticipando su sacrificio, nos dice: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).
El Tiempo de Pasión nos invita a entrar en la dinámica del amor que se entrega. La Cruz, lejos de ser un signo de derrota, es el trono desde el que Cristo reina con un amor que no conoce límites. Contemplarla nos impulsa a responder con generosidad en nuestra vida cotidiana. ¿Cómo podemos vivir este tiempo con autenticidad? Profundizando en la oración, participando con fervor en los sacramentos, ejercitándonos en la caridad y meditando el Via Crucis.
A medida que nos acercamos a la Semana Santa, dejemos que el Espíritu Santo nos ayude a identificarnos con Cristo. No temamos abrazar nuestra propia cruz, porque sabemos que con El la cruz se convierte en la puerta que nos abre la vida nueva. Que la Virgen María, que permaneció fiel junto a la cruz de su Hijo, nos ayude a vivir este tiempo con fe y esperanza, para llegar con un corazón renovado a la alegría de la Pascua.