La Semana Santa no es un simple recuerdo de acontecimientos del pasado. Es la actualización viva del mayor misterio de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Durante estos días santos, el Señor nos invita a entrar con Él en el camino del amor entregado, para que también nosotros resucitemos con Él a una vida nueva. Cada gesto, cada palabra, cada silencio de Jesús en estos días está cargado de un amor infinito. En el Jueves Santo, al lavar los pies a sus discípulos, nos muestra que la verdadera grandeza está en el servicio humilde; al instituir la Eucaristía nos deja su presencia viva en el Pan y el Vino consagrados. En el Viernes Santo, al entregarse en la cruz, nos revela que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos. En la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección, al salir victorioso del sepulcro, nos llena de esperanza y nos asegura que la muerte no tiene la última palabra.
No vivamos esta Semana Santa como meros espectadores. No dejemos que el ruido del mundo nos distraiga del silencio de Dios, que habla en lo profundo del alma. Participemos en las celebraciones litúrgicas con atención y reconocimiento. Dediquemos tiempo a la oración, al sacramento de la reconciliación, a la contemplación de la cruz y al acompañamiento de los que sufren. El mundo necesita cristianos que vivan la Pascua con autenticidad, que lleven la luz de Cristo a las tinieblas de la injusticia, la soledad y el sinsentido.
Que esta Semana Santa transforme nuestro corazón, purifique nuestra mirada y renueve nuestra fe. Vivámosla con intensidad, llenos de gratitud y amor, porque en la cruz y en la resurrección de Cristo encontramos el sentido profundo de nuestra vida: hemos sido salvados por amor, hemos sido redimidos para amar.