A las puertas de la Navidad aparece ante nosotros una figura discreta pero inmensa: san José. San Mateo nos dice en su Evangelio (Mt 1,18-24) que José era un hombre justo. Y precisamente por eso duda. Ante el embarazo inesperado de María, su corazón entra en combate. Ama, confía, pero no entiende. No quiere hacer daño, no quiere exponerla, no quiere traicionar a Dios. Su silencio no es indiferencia, es respeto. Sus dudas no nacen de la falta de fe, sino de la profundidad de su fe. ¿Cuántas veces también nosotros, a las puertas de la Navidad, nos encontramos así? Vivimos momentos que no comprendemos: situaciones familiares complejas, decisiones difíciles, cansancio espiritual, preguntas sin respuesta. Querríamos hacer el bien, pero no sabemos cómo. Querríamos ser fieles, pero nos sentimos desbordados. José nos enseña que la duda no es lo contrario de la fe; a menudo es su preludio.
Es en este contexto donde Dios habla. No antes, no después, sino en medio del combate interior. En el sueño, el ángel le dice: «No temas». Ésta es siempre la primera palabra de Dios cuando nos acercamos a un misterio que nos supera. José no recibe todas las explicaciones, pero recibe lo esencial: una confianza renovada y una misión clara. Y él obedece. Se levanta, toma a María en su casa y acepta ser custodio de un misterio que no es suyo. A las puertas de la Navidad, Dios también viene a nosotros de este modo: no imponiéndose, sino confiándonos una responsabilidad. No eliminando todas las dudas, sino invitándonos a caminar con Él. La Navidad no es sólo la fiesta de un niño que nace; es la llamada a acoger a Dios cuando llega de maneras inesperadas.
Que san José nos ayude a vivir estos días con un corazón atento, capaz de silencio, de escucha y de obediencia confiada. Porque, como él, también nosotros estamos llamados a abrir la puerta de casa —y del corazón— al Dios que viene.