padrepio

No son pocas las personas a quienes les he oído decir que la Misa se les hace aburrida, que le falta dinamismo, música alegre o que el sacerdote es muy pesado en sus homilías. Podemos preguntarnos qué le hace falta a una celebración de la Misa para ser “mejor”, y nos daremos cuenta que la respuesta es: NADA.

La Misa necesita lo que siempre tiene; en primer lugar, a Jesús hecho Eucaristía por nosotros, acto que a diario conmemoramos, como Él mismo dejó instituido. En segundo lugar, requiere que haya un oficiante, el sacerdote. Un sacerdote puede ser aburrido o excesivamente carismático, puede ser muy severo o muy alegre, pero por encima de él está el sacramento. Es decir, aunque un sacerdote sea muy pecador, el sacramento del perdón se hace efectivo igual. Con la Misa ocurre lo mismo, es una ceremonia que tiene las mismas pautas aquí y en cualquier parte. Lo ilustraré con un ejemplo: imagina a un cirujano que tenga la responsabilidad de operarte de un tumor que amenaza tu vida. El cirujano te opera y tú sanas, pero al cabo del tiempo descubres que el cirujano tenía un tumor similar al tuyo y que de hecho lo tenía cuando realizó la operación. El hecho de que él tuviese el tumor (el pecado) no hace que su conocimiento y el don (sacramento) no se hayan podido hacer efectivos en ti (el perdón).

En tercer lugar, debemos preguntarnos por qué o por quién vamos a Misa. Si vamos a esta Misa porque nos gusta como habla este sacerdote, o porque cantamos en este grupo, o porque somos los encargados de esta actividad, el día que ese sacerdote se vaya, que el grupo prescinda de ti, que esa actividad que tú hacías la deleguen en otro, tu asistencia a Misa terminará, porque quedarás desmotivado. Pero si nuestra asistencia es para encontrarnos con Jesús Eucaristía, para estar en Comunión con Él, para hacer presente su sacrificio por nosotros, oficie quien oficie, cante quien cante o no tengas tú una participación muy activa, tú y yo la disfrutaremos. Es importante decir que nada es justificable o sustituible si pudiendo ir a Misa no vamos, bien sea porque teníamos un paseo, nos dio flojera, porque tomamos vacaciones y por ello decidimos descansar de Dios, cuando el mal no descansa nunca. Una celebración de la Misa perdida es irrecuperable.

Por eso, cuando nos aburrimos en Misa, los aburridos somos nosotros y en nosotros está la solución para corregirlo. Debemos tener una relación personal, real, con Dios. Comulgar, sentirle y no hacerlo por rutina, confesarnos cuando nos hace falta y no sólo para actos especiales. Nadie puede amar lo que no conoce; al saber que Cristo está en la Eucaristía, partiendo de ahí, toda nuestra actitud en la Misa será diferente. Cada momento, cada oración, tendrá un carácter especial.

En la Misa hace falta silencio y oración, son precisas la atención y una actitud de adoración. Si Jesús ahora viviera como hombre entre nosotros y sabiendo que es Dios, ¿no querríamos estar con Él siempre? Ahora, estando Jesús presente en la Eucaristía, como verdadera comida y verdadera bebida, ¿no deberíamos también querer estar con Él siempre?

«El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día» (Jn. 6, 54).

Al comulgar no es Dios quien se une a nuestro cuerpo, somos nosotros quienes nos hacemos partícipes del suyo. Si no puedes comulgar por alguna condición particular, alguna debilidad que como aguijón no te suelta, lo primero es poner eso en la presencia de Dios para que te ayude a superarlo y acudir al sacramento de la reconciliación, donde Cristo te espera para rehacerte y ponerte en paz con Dios.