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Lucas es el evangelista de la misericordia, pero también el que defiende a los pobres y oprimidos, porque seguramente su Evangelio estaba dirigido a una comunidad en la que había grandes diferencias sociales y económicas. Los bienes de este mundo pueden considerarse como una bendición de Dios, pero suponen también un grave peligro en la medida en que nos esclavizan y nos hacen «materialistas», con el consiguiente olvido de Dios y de todo lo espiritual. Dios toma partido por lo pobres. Lo que denuncia el profeta Amós es la riqueza fruto de la injusticia. Amós es uno de los doce profetas menores, el más antiguo de ellos: Nació en una aldea cerca de Belén, donde se dedicaba al oficio de cultivar higos y a sus rebaños. Pero predicó en el Reino del Norte, unos treinta años antes de la conquista de los asirios. Es curioso, pero el Reino está viviendo un período de prosperidad económica, que hace que sus habitantes se olviden de Dios y reine la corrupción moral y religiosa.

Además de los que se aprovechaban de la bonanza económica, la inmensa mayoría vivía sumida en la miseria. ¿No pasa lo mismo en nuestra sociedad opulenta, llamada “del bienestar”? Millones de personas en la Tierra pasan hambre, tienen que buscarse la vida emigrando a otros países en pateras y barcos que se hunden en el mar. Hay muchos explotadores que incluso tratan a sus semejantes como esclavos y les extorsionan hasta que «pagan la deuda» asumida en su peligroso trayecto por la mar. Dios toma partido por los pobres y llega a decir que «No olvidará jamás vuestras acciones». En cambio, como proclama el Salmo 112, «Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes».

Jesús no alaba la injusticia, lo que alaba es la astucia en el proceder. Nos anima a no dejarnos engañar por los criterios de este mundo y a emplear los medios adecuados para poner en práctica el Evangelio. Ser cristiano no es ser ingenuo o apocado, es estar despierto y saber emplear los medios necesarios frente a la astucia de los que quieren imponer otros valores que no son los evangélicos. Obligándonos a elegir entre Dios y el dinero, Jesús nos invita a la felicidad que produce un espíritu liberado y desinteresado, frente a la esclavitud de lo material. Precisamente, el capítulo 16 de Lucas acaba con la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. El gran pecado es no saber «compartir». Hace falta una nueva imaginación de la caridad, que debe partir siempre de la justicia. Este verano en mi país (Guinea Ecuatorial) constaté el desánimo de la gente sencilla ante la situación económica que padecen, pues el salario medio es de 100 € al mes (unos 80.000Frcs Cfas). Se puede decir más alto, pero no más claro: la paz se consigue combatiendo la pobreza y favoreciendo la justicia. También se tiene que decir claro que la pobreza existe porque queremos que exista, pues hacemos muy poco por combatirla. Si el hombre quiso llegar a la Luna y lo consiguió, seguro que acabaría con la pobreza si se lo propusiera.

Termina el pasaje evangélico con una sentencia de enorme valor práctico: «Quien es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho». Se subraya así la importancia de las cosas pequeñas, de lo decisivo que es ser cuidadoso en los detalles, en orden a conseguir la perfección en las cosas importantes. Quien se esfuerza por afinar hasta el menor detalle, logrará que su obra esté acabada. Es cierto que para eso es preciso a veces el heroísmo, una constancia y una rectitud de intención, que sólo busca agradar a Dios en todo y cumplir su voluntad.