El viernes de la tercera semana después de Pentecostés celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, pero su recuerdo no queda reducido a una fiesta, sino que la Iglesia le ha dedicado todo el mes de junio, para que los cristianos lo veneremos, lo honremos y lo imitemos especialmente en estos treinta días. Y más allá de unos límites temporales, la devoción al Sagrado Corazón puede extenderse a lo largo de todo el año con la oración y con la comunión los nueve primeros viernes uniéndonos a la obra redentora y reparadora de Jesucristo.
Vivamos, pues, este mes de junio, apenas empezado, demostrando con nuestro testimonio que amamos a Jesucristo, que correspondemos al gran amor que Él nos tiene y que nos ha manifestado entregándose a la muerte por nosotros, quedándose en la Eucaristía y enseñándonos el camino de la vida eterna. Cada día podemos acercarnos a Jesús o alejarnos de Él, eso dependerá de nosotros, ya que Él siempre nos sigue esperando y amando. Debemos vivir recordándolo y pensando cada vez que actuamos: ¿Qué haría Jesús en esta situación, que le dictaría su Corazón? Y eso es lo que debemos hacer, ante un problema de familia, en el trabajo, en el vecindario, en nuestra comunidad, con nuestras amistades, etc. Debemos pensar, por tanto, si las obras y acciones que haremos nos alejan o nos acercan a Dios. Tener en casa o en el trabajo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús nos ayudará a recordar su gran amor e imitar sus actitudes.
En una época en la que los cristianos estaban alejados del sacramento de la Eucaristía por la poca frecuencia con la que se recibía la comunión, la devoción al Sagrado Corazón nació para incentivar la comunión frecuente, al menos mensual, con la práctica de los nueve primeros viernes de mes. Hoy quizás nos extrañe, porque seguramente pecamos por exceso, ya que hay quien comulga de manera inconsciente y poco respetuosa y son muchos los que se ponen en la fila sin haberse examinado previamente como aconseja san Pablo (1 Cor 11,28-30). En la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, la comunión frecuente lleva también aparejada la confesión sacramental igualmente frecuente, para estar bien preparado y recibir así dignamente al Señor. Por eso, la devoción al Sagrado Corazón es una llamada constante a la conversión. Contemplar a Jesucristo que manifiesta la compasión y el amor divino nos da una gran confianza y al mismo tiempo nos anima a ser portadores de la bondad de Dios en nuestra vida, en medio de un mundo competitivo y frío, tan carente y tan necesitado a la vez de la gracia divina.