Este Domingo nos alegramos al vivir y celebrar el gran acontecimiento de la ordenación presbiteral de Mn. Víctor Galindo. Un hecho así proporciona esperanza a la Iglesia y constituye una gran ayuda para el presbiterio de la diócesis, que necesita siempre de renovación y de nuevos refuerzos para llevar a cabo la misión encomendada por Cristo. Oremos, pues, por Mn. Víctor en este momento tan importante, para que su ministerio enriquezca espiritualmente a la comunidad cristiana en todos los ámbitos y sea un fiel, santo y sabio sacerdote.
Dios nos lo promete siempre: «Os daré pastores según mi corazón» (Jer 3,15), porque Él no quiere que el pueblo cristiano se vea privado de pastores que lo congreguen y lo guíen; no obstante, para que Dios cumpla esta promesa, también nosotros debemos poner de nuestra parte. En la obra de la salvación, Dios ha querido contar siempre con la colaboración humana, tal como muy bien lo expresó san Agustín: «El que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Para que haya sacerdotes al servicio de la Iglesia, deben cumplirse dos condiciones:
1. La oración y el trabajo de los fieles de la Iglesia para que nuestras comunidades cristianas sean un verdadero ámbito en el que se cultiven las vocaciones y éstas puedan surgir. Con gran razón escribe un autor que las vocaciones son un buen indicador de la vitalidad de una comunidad cristiana.
2. La respuesta de quien es llamado, ya que sin respuesta personal la vocación quedará frustrada; la vocación al presbiterado, como toda vocación, es un don de Dios y, al mismo tiempo, una responsabilidad humana. La respuesta positiva a la llamada del Señor es un acto de generosidad. El sacerdocio ya no es actualmente, como lo había sido en otras épocas, una profesión valorada socialmente. No da autoridad ni prestigio en nuestro mundo, y debe vivirse desde la humildad y la sencillez. Este hecho, que puede ser una dificultad que explicaría hoy el número más bien escaso de seminaristas, nos ayuda a valorar más el ministerio, porque nos permite entender mejor la única motivación que puede llevar a un joven a entregar su vida al Señor: aceptar la misión de pastorear su pueblo es un acto de amor a Cristo. Sólo el amor a Dios, y no el ansia de poder, de prestigio o de afecto, justifica la entrega de la propia vida.
A pesar de la poca valoración social del ministerio en la actualidad, en el pueblo cristiano hay un deseo de que no falten sacerdotes que anuncien el Evangelio, celebren la Eucaristía y cuiden la fe del Pueblo de Dios. La falta de sacerdotes se vive como un empobrecimiento de la vida eclesial; pero el Señor quiere que la vida cristiana de sus fieles se enriquezca y siga aportando luz en el mundo, por eso no deja de suscitar vocaciones. Mn. Víctor recibe el don del sacerdocio, pero no solamente para é, sino para el servicio de la Iglesia, de todos nosotros. Que la ordenación de un nuevo sacerdote sirva para crear en nuestras familias, comunidades cristianas y grupos juveniles, en la catequesis y en toda la vida eclesial un ambiente de valoración positiva de la vocación al ministerio sacerdotal; una valoración basada en el amor a Cristo y en el deseo de servir y entregar la vida por el prójimo.