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En nuestra parroquia, no sólo celebramos los sacramentos: vivimos la fe en la proximidad y el cuidado por los demás. La pastoral de la salud es un signo claro de esta vida comunitaria, porque nos recuerda que la Iglesia acompaña especialmente a los que sufren: los enfermos, los ancianos, los que atraviesan momentos difíciles, tanto físicos como emocionales o espirituales. No se trata únicamente de llevar los sacramentos, como la Unción de los enfermos y la Comunión, aunque éstos son momentos muy importantes, sino de estar presentes con el corazón y las manos. Una visita, una conversación, un gesto de atención pueden ser luz en la oscuridad del sufrimiento. En cada encuentro, recordemos las palabras de Jesús: «Estaba enfermo y me visitasteis» (Mt 25,36). Nuestra presencia es un signo tangible del amor de Dios, que toca a quien más lo necesita.

Esta pastoral es responsabilidad de la comunidad entera, no sólo del sacerdote, del diácono, de los ministros extraordinarios o de los voluntarios, sino de todos los feligreses: una llamada, una palabra amable, un pequeño gesto pueden hacer que cualquier persona se sienta acompañada y amada. Cada acto de cercanía construye una red de vida y esperanza donde nadie se siente solo.

Fortalecer la Pastoral de la salud significa formarnos, escuchar con atención y estar abiertos a descubrir nuevas maneras de cuidar y acompañar. Así, nuestra parroquia se hace más que un lugar de celebración: es una familia de fe viva, en la que Jesucristo camina a nuestro lado, especialmente en los momentos de dolor y fragilidad. La Pastoral de la salud nos recuerda que, cuando nos ponemos al servicio de los más débiles, nos ponemos al servicio del mismo Cristo, y que en cada acto de amor se restablece la misericordia de Dios.