El Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. ¡La fuente de la sabiduría, la Palabra del Padre en las alturas! Esta Palabra, por tu mediación, Virgen santa, se hará carne, de manera que el mismo que afirma: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí podrá afirmar igualmente: Yo salí de Dios, y aquí estoy. En el principio —dice el Evangelio— ya existía la Palabra. Manaba ya la fuente, pero hasta entonces sólo dentro de sí misma.
Y continúa el texto sagrado: Y la Palabra estaba junto a Dios, es decir, morando en la luz inaccesible; y el Señor decía desde el principio: Mis designios son de paz y no de aflicción. Pero tus designios están escondidos en ti, y nosotros no los conocemos; porque, ¿quién había penetrado la mente del Señor?, o ¿quién había sido su consejero? Pero llegó el momento en que estos designios de paz se convirtieron en obra de paz: La Palabra se hizo carne y ha acampado ya entre nosotros; ha acampado, ciertamente, por la fe en nuestros corazones, ha acampado en nuestra memoria, ha acampado en nuestro pensamiento y desciende hasta la misma imaginación.
En efecto, ¿qué idea de Dios hubiera podido antes formarse el hombre, que no fuese un ídolo fabricado por su corazón? Era incomprensible e inaccesible, invisible y superior a todo pensamiento humano; pero ahora ha querido ser comprendido, visto, accesible a nuestra inteligencia. ¿De qué modo?, te preguntarás. Pues yaciendo en un pesebre, reposando en el regazo virginal, predicando en la montaña, pasando la noche en oración; o bien pendiente de la cruz, en la lividez de la muerte, libre entre los muertos y dominando sobre el poder de la muerte, como también resucitando al tercer día y mostrando a los apóstoles la marca de los clavos, como signo de victoria, y subiendo finalmente, ante la mirada de ellos, hasta lo más íntimo de los cielos.
¿Hay algo de esto que no sea objeto de una verdadera, piadosa y santa meditación? Cuando medito en cualquiera de estas cosas, mi pensamiento va hasta Dios y, a través de todas ellas, llego hasta mi Dios. A esta meditación la llamo sabiduría, y para mí la prudencia consiste en ir saboreando en la memoria la dulzura que la vara sacerdotal infundió tan abundantemente en estos frutos, dulzura de la que María disfruta con toda plenitud en el cielo y la derrama abundantemente sobre nosotros. (San Bernardo).
Este texto de San Bernardo nos habla también del Santo Rosario. Es el medio (y el arma) que tenemos para contemplar de la mano de María los diferentes momentos de la vida de Cristo. El texto citado más arriba podría ser una introducción al Rosario, para recordar así que esta santa oración es una contemplación de la vida del Señor, y es una meditación para nosotros que seguro que suscitará mayor ardor en la fe y en la caridad. La Virgen María nos pidió en Fátima a través de tres niños pastores, que rezásemos cada día el Rosario, para pedir por la paz y para perseverar en la fe ante tantas dudas y errores como se siembran hoy desde muchos lugares del mundo. Ella nos prometió que su Inmaculado Corazón triunfaría en nosotros y en el mundo, hagamos la prueba para comprobarlo.