En esta última semana recién terminada, el miércoles, leíamos en Misa un fragmento del libro de la Sabiduría que me ha dado mucho que pensar:

Escuchad, reyes, y entended; aprendedlo, gobernantes del orbe hasta sus confines; prestad atención, los que domináis los pueblos y alardeáis de multitud de súbditos; el poder os viene del Señor, y el mando, del Altísimo: él indagará vuestras obras y explorará vuestras intenciones; siendo ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni procedisteis según la voluntad de Dios. Repentino y estremecedor vendrá sobre vosotros, porque a los encumbrados se les juzga implacablemente. A los más humildes se les compadece y perdona, pero los fuertes sufrirán una fuerte pena; el Dueño de todos no se arredra, no le impone la grandeza: él creó al pobre y al rico y se preocupa por igual de todos, pero a los poderosos les aguarda un control riguroso. Os lo digo a vosotros, soberanos, a ver si aprendéis a ser sabios y no pecáis; los que observan santamente su santa voluntad serán declarados santos; los que se la aprendan encontrarán quien los defienda. Ansiad, pues, mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción. (Sb 6,1-11).

¿Qué pensar de la clase política y de los gobernantes a la luz de la Palabra de Dios? ¿Qué opinarían ellos? Lo primero que se me ocurre es que nuestros gobernantes no están por encima del bien y del mal y que también ellos se tendrán que presentar ante el Juicio de Dios y dar cuenta de su vida y su gestión. En un mundo en el que está de moda el criterio de marginar a Dios de la vida pública y elaborar y aprobar leyes arbitrarias, hechas más para satisfacer el espíritu individualista y los caprichos egoístas de gente aburguesada más que para regular y hacer posible el bien común, no está de más leer y recordar estas palabras, convertirnos y rezar por la conversión de quienes tienen la responsabilidad grave de organizar y dirigir la vida pública con un gobierno que sea prudente y sabio. Los poderosos de la tierra pueden actuar de manera prepotente y usar métodos dictatoriales, pretender someter y negar el derecho a la objeción de conciencia, pero es necesario recordar que «el Dueño de todos no se arredra, no le impone la grandeza: él creó al pobre y al rico y se preocupa por igual de todos«

En la historia ha habido personas verdaderamente cristianas que han hallado el camino de la santidad en la vida política y en la gestión de la sociedad: San Vladimiro, San Esteban de Hungría, San Fernando III, Santo Tomás Moro, y en fechas más recientes Konrad Adenauer o Alcide de Gasperi. ¿Dónde están ahora quienes tendrían que sucederles? Bien cierto que no parece que la política, la gestión del gobierno y la santidad sean compatibles, pero esta visión es fruto de una mirada muy parcial sobre la realidad y que desconoce la dimensión trascendente del ser humano.

Leave your comment