Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir. (Mc 12, 43-44).

Con estas palabras nos descubre Jesús ese pequeño acontecimiento, oculto a casi todos, pero de gran importancia a los ojos de Dios. La viuda pobre y discreta hecha todo lo que tiene en el arca de las ofrendas del Templo de Jerusalén. Ante el engaño de las apariencias y de las presencias imponentes de los escribas y fariseos, Jesús destaca un pequeño hecho aislado como hecho de luz. Cristo se encuentra con los suyos contemplando la escena, ya han llegado a Jerusalén y su hora se acerca, el aroma del vino que ha de beber se nota en el ambiente, y él se acerca con generosidad al Templo (casa de oración) y al patíbulo de la cruz (puesto fuera de las murallas de la ciudad, lejos de Dios). En esta escena nos queremos sumergir como si presentes nos halláramos, para así poder escuchar la enseñanza del Maestro y ver la luz tenue que nos quiere también hoy desvelar, tal y como hizo alabando la acción de la viuda pobre.

«El templo es el lugar del culto público y solemne, pero también de la peregrinación, de los ritos tradicionales y de las disputas rabínicas, como las que refiere el Evangelio entre Jesús y los rabinos de aquel tiempo, en las que, sin embargo, Jesús enseña con una autoridad singular, la del Hijo de Dios. Pronuncia juicios severos, como hemos escuchado, sobre los escribas, a causa de su hipocresía, pues mientras ostentan gran religiosidad, se aprovechan de la gente pobre imponiéndoles obligaciones que ellos mismos no observan. En suma, Jesús muestra su afecto por el templo como casa de oración, pero precisamente por eso quiere purificarlo de usos impropios, más aún, quiere revelar su significado más profundo, vinculado al cumplimiento de su misterio mismo, el misterio de su muerte y resurrección, en la que él mismo se convierte en el Templo nuevo y definitivo, el lugar en el que se encuentran Dios y el hombre, el Creador y su criatura.» (Benedicto XVI » 8/11/09).

Cristo quiere restaurar el Templo, quiere plantar en la tierra un nuevo templo, un lugar de paz, de luz y de verdad que permita al hombre encontrarse con Dios en espíritu y en verdad. Y para ello es el Maestro el que nos ha de mostrar lo oculto, lo que nos pasa desapercibido y que es fundamental para ser una nueva piedra en la construcción de ese templo. Los escribas habían perdido ya la esperanza, porque se habían atrincherado y acomodado en sus puestos de intérpretes de la Ley. Como todos, esperaban al Mesías, pero ante la dificultad y el peso de la Ley toda, y ante la fe de la gente sencilla, ellos habían optado por descansar en otro templo, prefirieron las apariencias a la verdad, y se contentaron con el aplauso de los hombres descuidando el sentido de las Escrituras, la justicia y el derecho. Nosotros le queremos pedir al Señor que como las dos viudas (la de Sarepta y la de Jerusalén) sepamos darlo todo, darnos del todo, pues eso manifestará una fe en la promesa de Dios que no permitirá nuestra consumición sino que nos dará vida donde parece que todo es tiniebla. Y por la fe en Cristo, que como la viuda pasó desapercibido para muchos, seremos piedras vivas para la construcción del nuevo Templo para que muchos se encuentren con Dios.

Leave your comment