Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.
Con estas palabras del profeta Isaías comenzó su misión Juan el Bautista, el precursor, el último profeta. San Juan Bautista toma las palabras del profeta y anuncia a todos los que le escuchan que ha empezado un tiempo de preparación, un tiempo de gracia para recibir definitivamente al Señor. Además el evangelio de san Lucas nos sitúa cronológicamente al hijo de Zacarías alrededor del año 27 o 28 d. C. y este dato nos recuerda a las numerosas inscripciones que llenan los altares de las iglesias de la Tierra Santa de Israel (hic, aquí). El lugar y el momento son importantes, pues sólo sobre el hombre real podrá descender la palabra de Dios, como ocurrió con Juan. El precursor nos trae estos dos mensajes: un tiempo nuevo de gracia y renovación, que a su vez se realiza aquí y ahora en nuestras vidas, pues también sobre ellas desciende la palabra de Dios.
«Este es el significado: la Palabra de Dios es el sujeto que mueve la historia, inspira a los profetas, prepara el camino del Mesías y convoca a la Iglesia. Jesús mismo es la Palabra divina que se hizo carne en el seno virginal de María: en él Dios se ha revelado plenamente, nos ha dicho y dado todo, abriéndonos los tesoros de su verdad y de su misericordia (…). La flor más hermosa que ha brotado de la Palabra de Dios es la Virgen María. Ella es la primicia de la Iglesia, jardín de Dios en la tierra. Pero, mientras que María es la Inmaculada -así la celebraremos pasado mañana-, la Iglesia necesita purificarse continuamente, porque el pecado amenaza a todos sus miembros. En la Iglesia se libra siempre un combate entre el desierto y el jardín, entre el pecado que aridece la tierra y la gracia que la irriga para que produzca frutos abundantes de santidad. Pidamos, por lo tanto, a la Madre del Señor que nos ayude en este tiempo de Adviento a «enderezar» nuestros caminos, dejándonos guiar por la Palabra de Dios.» (Benedicto XVI).
Creo que hoy en día también aparece muy claro ante nuestros ojos el designio de Dios: él sigue enviando su Palabra sobre nosotros, y en nuestros corazones se da siempre esa tensión entre el desierto de nuestra aridez y el jardín hermoso que sólo Dios puede hacer crecer en este mundo. La aridez es un término que describe muchas veces nuestras vidas y la de la Iglesia de nuestros días. El Señor Jesús dijo hace unos domingos: «el cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán», así que es tiempo de esperanza y de fe en la Palabra que baja y fecunda todo lo que toca. Es tiempo de reaccionar a la llamada de Dios y preparar una buena confesión en este Adviento. ésta es una nueva oportunidad de la misericordia de Dios que no podemos dejar pasar. Pidámosle al Señor que reconozcamos su palabra en nuestro interior y que sepamos ver nuestros pecados y resistencias para preparar nuestra vida a la llegada de Cristo.