Cada año, al vivir y celebrar el Adviento, pensamos en la llegada de un día en el que Jesucristo vendrá a poner fin a la historia de la humanidad; al mismo tiempo nos preparamos para conmemorar su primera venida, hecho hombre como nosotros. El Adviento es tiempo de esperanza y de alegría expectante. Esperanza ante la perspectiva de nuestra salvación:
Levantad vuestra frente porque se acerca vuestra liberación! Alegría porque viviremos en el amor de Dios, un amor que no tiene fin y es el único que puede llenar el corazón del ser humano.
Pero el Adviento que iniciamos este año, tiene algo especial: es el Adviento que nos introduce al Año de la Misericordia, un Año Santo especial que ha convocado el Papa Francisco para ayudarnos a tomar conciencia de nuestra participación en la realidad del pecado, de la necesidad de conversión y de acogida de la misericordia divina para alcanzar la salvación. El 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Concepción Inmaculada de la Virgen María, el Santo Padre abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro del Vaticano y en días sucesivos se irán abriendo las puertas santas de las otras Basílicas Mayores (San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros) y de todas las Catedrales y basílicas del mundo. Concretamente, el domingo 13 de diciembre, nuestro obispo, Mons. José Ángel Sáiz, abrirá la puerta santa de nuestra Catedral, la Basílica del Santo Espíritu de Tarrasa; estaría muy bien participar en esta ceremonia en la medida de lo posible.
Así, pues, el Adviento de 2015 nos trae consigo grandes acontecimientos que no deben quedarse en pura anécdota, sino que tienen que ayudarnos a vivir a fondo nuestra vocación cristiana y conducirnos a una gran renovación de nuestra vida personal y social con la intensificación de la práctica cristiana, a una mayor conciencia de sabernos hijos de Dios, a la manifestación con obras y palabras de nuestra dignidad de hijos del Altísimo, al trabajo por la paz en un mundo que tanto la necesita, al perdón y a la reconciliación como manifestaciones del amor y de la paz, a la lucha por la justicia a favor de los derechos humanos, especialmente de aquellos que siempre los ven pisoteados. De este modo actuaremos según nos aconseja el profeta Isaías y la luz y la esperanza del Adviento se proyectarán a lo largo de nuestra vida:
El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en que dejes libres a los oprimidos y acabes con toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes. Entonces brillará tu luz como el amanecer y tus heridas sanarán muy pronto. Tu rectitud irá delante de ti y mi gloria te seguirá. Entonces, si me llamas, yo te responderé; si gritas pidiendo ayuda, yo te diré: «Aquí estoy.’ Si haces desaparecer toda opresión, si no insultas a otros ni les levantas calumnias, si te das a ti mismo en servicio del hambriento, si ayudas al afligido en su necesidad, tu luz brillará en la oscuridad, tus sombras se convertirán en luz de mediodía. Yo te guiaré continuamente, te daré comida abundante en el desierto, daré fuerza a tu cuerpo y serás como un jardín bien regado, como un manantial al que no le falta el agua. (Is 58, 6-11).
¿Qué major programa que éste para vivir con intensidad y agradecimiento a Dios el Año Santo de la Misericordia?