Este domingo encendemos el segundo cirio de nuestra Corona de Adviento. La corona, elaborada con ramitas verdes, nos recuerda la vida que no se desvanece; su forma circular nos habla del amor eterno de Dios, que no tiene fin. Es un signo sencillo, pero muy profundo a la vez: cada semana prendemos un cirio, y así la luz crece hasta que celebremos el nacimiento del Señor.
Los tres cirios morados —que corresponden a las semanas primera, segunda y cuarta— expresan el tono penitencial y espiritual con el que la Iglesia nos invita a prepararnos. El color morado nos habla de conversión, vigilancia y espera confiada. En medio del ruido y las prisas del mundo, el Adviento nos ofrece un tiempo de pausa para revisar nuestra vida y abrir espacios interiores donde Cristo pueda nacer. El cirio rosa, que encenderemos en el tercer domingo, nos recuerda la alegría: es el domingo Gaudete, una llamada a la alegría porque el Señor ya está cerca. La llama del cirio rosado, más ligero y festivo, nos anima a no perder la esperanza y a descubrir los signos de Dios que ya brillan en nuestra vida de cada día.
La Corona de Adviento no es solamente un adorno litúrgico; es una catequesis viva. Cada cirio que prendemos nos invita a ver crecer la luz de Cristo entre nuestras sombras. Nos anima a hacer pequeños gestos de reconciliación, solidaridad y oración. Nos recuerda que la Navidad no llega como una fiesta cualquiera, sino como un Misterio que transforma nuestras vidas. Que este segundo cirio, encendido hoy, prenda también nuestro deseo de caminar hacia Jesús. Que, en el silencio, en la oración y en la caridad vivida, la luz de Cristo ilumine nuestros hogares, nuestras familias y nuestra comunidad. Y que, cuando llegue la Navidad, lo encontremos verdaderamente presente en nuestros corazones.