Durante una reunión social me dijeron en una ocasión que soy un fanático. Francamente, mi primera reacción habría sido de protesta y enojo. En mi vocabulario, como en el de muchas personas, la palabra «fanático» abarca una serie de conceptos que van de la gama de lo irracional a la violencia. ¿Me habría exasperado ante una opinión contraria? No, yo había estado muy tranquilo. ¿Había gritado o ridiculizado a alguien? Menos todavía, además, eso sería una falta de caridad. ¿Había querido defender a ultranza a algún político o a un equipo de fútbol?, ¿había propuesto algún acto de violencia? No, nada de eso. Juzgad por vosotros mismos: lo que expresé sencillamente en varios momentos de la reunión era una serie de puntos de vista muy poco originales, pues todos en el Catecismo de la Iglesia Católica:
- Que el matrimonio es para toda la vida.
- Que las relaciones sexuales fuera del matrimonio están mal.
- Que toda vida humana es sagrada y el aborto es un asesinato, incluso en caso de violación.
- Que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer en orden a amarse y formar una familia en la que se honre el nombre de Dios.
Son consideraciones mantenidas por la Iglesia y los católicos durante siglos. Pero lo curioso es que yo no estaba en una reunión de librepensadores o en un cenáculo de gente bohemia. Allí había muchos católicos, bastantes de ellos incluso practicantes habituales de Misa dominical. ¿Qué es lo que estaba sucediendo? Algo muy sencillo y preocupante: los católicos nos vamos mimetizando como los camaleones con una sociedad secularizada, que va minando sutil e inexorablemente nuestra fe hasta amoldarla a una especie de «buenas costumbres sociales». Y dado que nuestra sociedad está en un desvarío donde cada cual tiene su opinión, muchos que se consideran católicos van perdiendo irresponsablemente su identidad cristiana hasta acabar creyendo que ser católico es más un compromiso con las buenas costumbres de la sociedad «lo que llamamos «políticamente correcto»» que con el Dios de Jesucristo. Por eso ya no reconocen lo que significa ser católico ni cristiano.
Por estos motivos, cuando expresé mi manera de ver la realidad las reacciones fueron diversas. Algunos apuraron su bebida. Otro puso cara de disgusto, y una pareja me dijo «ellos sí, a voz en grito»: «¡Eres un fanático!», con el mismo tono que habrían empleado si me hubieran dicho que era un grosero, un pervertido sexual o un maniático de cualquier clase. Yo les miré algo sorprendido y les dije tranquilamente: «¿Fanático?… no, ¡solamente soy cristiano!» Y tú, lector o lectora, ¿cuál habría sido tu reacción? No estará de más recordar lo que nos dice la Palabra de Dios:
Por tanto, hermanos míos, os ruego por la misericordia de Dios que os presentéis a vosotros mismos como ofrenda viva, consagrada y agradable a Dios. Este es el verdadero culto que debéis ofrecer. No viváis conforme a los criterios del tiempo presente; por el contrario, cambiad vuestra manera de pensar,para que así cambie vuestra manera de vivir y lleguéis a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto (Rm 12,1-2).