rosa

Le encargaron a un científico serio que estudiara los problemas de un rosal que pasaba por dificultades durante su periodo de floración. El científico cumplió el encargo con gran responsabilidad. Primero estudió la tierra, y descubrió que la planta estaba junto a una pared cuyos cimientos llegaban hasta la piedra. Habían echado la arcilla extraída precisamente en el sitio donde después plantaron el rosal. Era una tierra con historia y condicionamientos negativos. Además, toda la lluvia que caía sobre aquella parte del tejado se descargaba sobre el alero que estaba justo encima de la planta. Sucedía a veces que había un exceso de humedad. Faltaba el sol matutino; en cambio, por la tarde era excesivo a causa del reflejo de la pared blanqueada que le devolvía duplicado el calor. Había tantos porqués en la historia previa de su tierra y en la geografía que le tocaba compartir. Pero también los había en su mismo ser de rosal y en la historia de su crecimiento: la variedad a la que pertenecía no era la más apropiada para aquel clima, lo habían plantado a destiempo, y de pequeño habría sufrido un serio accidente que por poco acaba con su existencia. ¡Cuántos traumas y condicionantes! Leer el informe era desesperante. ¿Qué se podía hacer?

Aparentemente se trataba de circunstancias irreversibles, o ya muy poco variables. Pero aquí precisamente estaba el error. La suma de todos los porqués del pasado del rosal no daba explicación alguna sobre el para qué de su existencia en aquel lugar y en aquellas condiciones. Todos los porqués se referían a su pasado, y simplemente eran informes sobre la realidad existente y comprobable. Y lo que de veras interesaba era el presente de la planta y su futuro.

La gente se dirigió de nuevo al científico para pedirle consejo. Más que eso, quizás querían saber por qué la planta estaba precisamente allí y no en otro sitio, por qué se le pedía al pobre rosal que viviera en esa geografía e historia con tantos condicionantes negativos. Y el hombre, que era un científico serio, les respondió: – No me lo pregunten a mí, pregúntenselo más bien al jardinero.

Era cierto. La respuesta se integraba en un plan mucho más amplio que el de la simple historia comprobable de la planta. Y el jardinero tenía un proyecto global que abarcaba todo el jardín. En su sabiduría, conocía muy bien todo aquello que con su ciencia descubriría el científico. Y, sin embargo, quiso que el rosal viviera, y que su existencia embelleciera con dolor aquel rincón del jardín, comprometiéndose a vigilar sus ciclos y a defender su vida amenazada.

El jardinero estaba comprometido tanto con el rosal como con toda la vida y belleza del jardín. Eso dependía de un plan que había nacido en la sabiduría de su corazón y que, por tanto. Nunca podría ser investigado por el científico, el cual reducía su investigación a la mera existencia de la planta individualmente considerada en su geografía concreta. Al médico podrás preguntarle sobre el porqué de tu dolor, al psicólogo sobre las raíces de tus traumas, al historiador y al sociólogo sobre el pasado que te condiciona. Pero para qué has sido llamado a la vida aquí y ahora se lo tendrás que preguntar a Dios. Jesús decía: «Mi Padre es el viñador».