Esta semana pasada hemos recordado la rierada del 25 de septiembre de 1962 que afectó a la comarca del Vallés Occidental y que marcó un antes y un después en la historia de Rubí; el estacionamiento de l’Escardívol es un testigo mudo de aquel trágico acontecimiento. En la Misa del día 25 de septiembre oramos un año más por el eterno descanso de las víctimas mortales. La mayoría de los habitantes actuales de Rubí no vivieron aquel evento, unos porque todavía no habían nacido y otros porque vinieron después, pero aquel suceso sigue presente en la memoria de quienes vivieron aquel día fatídico. No obstante, Rubí no quiso quedarse anclado en el dolor, sino que sus gentes trabajaron denodadamente para salir adelante y superar la tragedia, haciendo surgir una nueva sociedad que mirara hacia el futuro.
En medio del caos, la Iglesia desempeñó un papel importante en la respuesta al suceso tan dramático. La parroquia de Sant Pere, sus feligreses y sus sacerdotes, las comunidades religiosas de los Hnos. Maristas y de las Hnas. Carmelitas de San José se movilizaron desde el primer momento para brindar apoyo a los afectados. La parroquia se convirtió en un refugio para los daminificados. Sacerdotes y voluntarios trabajaron incansablemente, no solo para atender las necesidades inmediatas, sino también para ofrecer consuelo espiritual a quienes habían perdido a sus seres queridos, sus casas y sus bienes materiales.
Al recordar el 62 aniversario de esta tragedia, es esencial no solo rendir homenaje a las víctimas y a quienes ofrecieron su ayuda en aquellos momentos difíciles, sino también reflexionar sobre la resiliencia de Rubí y su capacidad para unirse frente a la adversidad. La Iglesia, en este contexto, se erige como un símbolo de esperanza y solidaridad, recordándonos que, en los momentos más oscuros, la comunidad puede encontrar la fuerza para renacer. En cada rincón de Rubí, el eco de la rierada sigue presente, pero también lo hace la memoria de aquellos que supieron levantarse y reconstruir sus hogares.