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No se trata del divorcio moderno que conocemos hoy, sino de la situación en la que vivía la mujer judía dentro del matrimonio, controlado por el varón.

Según la Ley de Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y expulsar a la esposa de la casa. La mujer, en cambio, sometida en todo al varón, no podía hacer lo mismo. La respuesta de Jesús sorprende a todos. Invita a descubrir el proyecto original de Dios, que está por encima de leyes y normas. Esta ley “machista”, concretamente, había sido impuesta al pueblo judío por la “dureza de corazón” de los hombres que controlan a las mujeres y las someten a su voluntad. Desde esta estructura original del ser humano, Jesús ofrece una visión del matrimonio que va más allá de todo lo que la “dureza de corazón” de los varones ha establecido. Mujeres y hombres se unirán para ser “una sola carne” e iniciar una vida compartida en la entrega mutua, sin imposición ni sumisión.

Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema expresión del amor humano. Es Dios mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y gratuito. Jesús concluye de manera contundente: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Con esta postura, Jesús destruye de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer. No solo en el matrimonio, sino en cualquier institución civil o religiosa.

Jesús nos propone considerar, ante la crisis matrimonial, el proyecto de creación de Dios sobre el ser humano, basado en el amor y la fidelidad para toda la vida. En una época en la que abundan los divorcios y separaciones, será bueno recordar el proyecto de Dios sobre el ser humano y su comunión de vida en el matrimonio. Seguramente, en muchos casos puede ser un buen referente para ayudar a superar la crisis y los conflictos de convivencia.