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En el periodo de presentar la Declaración de la renta, la Iglesia nos recuerda la responsabilidad de dar testimonio en el momento de contribuir con nuestros impuestos al bien común de la sociedad, en cuyo desarrollo todos, creyentes y no creyentes, participamos. Pagar responsablemente nuestros impuestos es un ejercicio de amor y solidaridad hacia las personas e instituciones que hacen posible una vida más justa y fraterna. La Iglesia, conformada por todos los cristianos, está dentro de la sociedad y por eso es justo que sus miembros contribuyamos con nuestro dinero a que pueda tener los recursos necesarios y dignos para llevar a cabo su misión. De aquí la importancia de marcar con la X la casilla donde se destina el 0,7% para la Iglesia Católica que, además de ser un modo efectivo de subvenir a las necesidades de la comunidad cristiana, es también un testimonio de fe. Recordemos lo que nos dice Hechos de los Apóstoles 4,32: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de los que tenía, pues lo poseían todo en común».

A lo largo del año también podemos seguir ayudando a la Iglesia a través de la parroquia, que es nuestra comunidad eclesial más próxima y que realiza el ser de la Iglesia en el ámbito social en el que vivimos, y lo podremos hacer a través de la colecta de la Misa, por medio de donativos regulares o esporádicos, con motivo de la celebración de los sacramentos o como ofrenda por la Misa que deseamos ofrecer por algún familiar o amigo difunto, a través del pupitre electrónico mediante pequeños y continuados donativos que nos ayudan mucho, por medio de los lampadarios cuando encendemos una luz para expresar oración; y ahora también con la modalidad del bizum, una forma sencilla y efectiva a la vez de donar. Hay que decir que todos los donativos hechos a la Iglesia desgravan en la declaración de renta.

Ahora bien, una manera de ayudar a la parroquia que es preciso considerar es tenerla en cuenta en el momento de escribir el testamento. La fuente de esta actuación no puede ser otra que el amor que debemos sentir hacia la comunidad cristiana que nos es más próxima y que constituye nuestra familia en la fe. La parroquia es el hogar de puertas abiertas que, a lo largo de nuestra vida, nos ha acogido incondicionalmente y donde hemos recibido gracias importantes del Señor a través de los sacramentos de la Iglesia santa. En la parroquia nos hemos sabido y sentido Iglesia, pueblo elegido, salvado en la fe. Es un acto de amor generoso acordarnos, pues, en nuestras últimas disposiciones, de la parroquia que amamos y nos ama. Quien obra así, después de abandonar este mundo, seguirá contribuyendo a la expansión del Reino de Dios en nuestra socidad, porque habrá hecho posible que la parroquia pueda continuar realizando su misión, y eso será un buen legado, el mejor de todos los legados.