En el día de la Ascensión se nos recuerda la urgencia de transmitir la fe que profesamos y vivimos. No es fácil la tarea qrueeanos asigna el Señor, porque soplan vientos contrarios a todo aquello que esté relacionado con el espíritu. En un mundo en el que predomina lo superficial, lo epidérmico, el goce inmediato y la falta de referencias, resulta complicado anunciar el Evangelio. Pero Jesús nos dice: «Id y haced discípulos de todos los pueblos».
Ser testigos de Jesucristo supone anunciarle a Él y enseñar a todos a guardar todo lo que Él nos ha mandado. Apasionante…, sobre todo porque sabemos que estará con nosotros «todos los días hasta el fin del mundo».
El domingo pasado Jesús nos decía que el que le ama cumple sus mandamientos. Su mandato es solo uno: «Amaos unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos». Es decir, se nos conocerá por nuestras obras. Si no hacemos las obras que Dios espera de nosotros, entonces es que no le conocemos ni le amamos.
Con frecuencia se ha acusado a los cristianos de desentenderse de los asuntos de este mundo, mirando sólo hacia el cielo. No podemos vivir una fe desencarnada de la vida. La Iglesia somos todos los bautizados, luego todos debemos implicarnos en la defensa de cosas tan importantes como la defensa de la vida, de la dignidad del ser humano, de la justicia y de la paz. Podemos preguntarnos en este domingo: ¿cómo vivo yo el encargo que Jesús me hace de guardar lo que nos ha mandado? Guardar no significa meter en el frigorífico o esconder en un hoyo, significa personalizar y asumir los valores del Evangelio.
¿Cómo llevo la Eucaristía a la vida, me comprometo en la misión que cada domingo se me encomienda en la celebración eucarística? No es fácil la tarea que nos asigna el Señor. Sin embargo, Jesús nos pide que seamos sus testigos. Es la hora de ser cristianos comprometidos. No nos escondamos cuando veamos que nuestro mundo necesita la Buena Noticia. Seamos luz y medicina.