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Hoy no puedo estar físicamente entre vosotros, aunque sí lo estoy espiritualmente, ya que me encuentro en Montserrat con la Romería anual de Rubí. Estoy acompañando a un buen número de fieles de nuestras comunidades parroquiales. En pleno tiempo de Pascua, hemos empezado el mes de mayo visitando a Nuestra buena Madre en su Santuario y pasando unos días con ella en fraterna compañía. Es una tradición muy bonita y llena de sentido, cuya institución le debemos agradecer al Beato Josep Guardiet durante su larga estancia en la parroquia de Sant Pere y que se une al hecho venerable de dedicar a la Virgen el mes de mayo, tan hermoso y lleno de flores. Es un modo de expresar lo que ya era una realidad en la vida de la Iglesia primitiva: «Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos» (Hechos 1,14).

Más que ramos físicos de flores, hemos querido traer a María las flores de las oraciones e intenciones de todos los feligreses del arciprestazgo de Rubí, nuestros proyectos, nuestras ilusiones y también, ¡cómo no!, nuestras peticiones, para que ella sea la estrella que guíe nuestros pasos por el camino del Evangelio. Ahora que estamos en la recta final de un curso que pronto llegará a su conclusión, hacemos ofrenda de todas nuestras vivencias y trabajos, a la vez que empezamos a pensar en el próximo curso que vendrá enseguida. Todas estas son las flores que queremos ofrendar a nuestra Madre del Cielo con los mejores deseos para todos.

Como dice aquel canto sencillo y tradicional: «Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María, que Madre nuestra es». Que estas flores se abran cada día más espléndidas y hagan exhalar el buen aroma de nuestras plegarias y buenas acciones.