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Al celebrar la solemnidad de la Madre de Dios de la Salud, patrona de nuestra diócesis de Terrassa, el corazón de los fieles se llena de agradecimiento y confianza. Bajo esta invocación tan entrañable –María, salud de los enfermos–, que veneramos en su santuario de Sabadell, contemplamos a la Madre de Dios como aquella que, al pie de la cruz, compartió el dolor de su Hijo y aprendió a convertir el sufrimiento en fuente de salvación y esperanza.

Cuando miramos a María, descubrimos en ella una presencia que consuela y que nunca abandona. Ella no quita el dolor, pero entra en él con nosotros; no siempre puede curar el cuerpo, pero siempre toca el corazón. Por eso tantos enfermos, en hospitales, residencias o en su casa, encuentran en la oración a la Madre de Dios de la Salud una fuerza serena y una paz que no viene de los medicamentos sino de la fe. La Bienaventurada Virgen María nos recuerda que Dios no es ajeno al sufrimiento humano. En el rostro del enfermo, vemos el rostro mismo de Cristo; y en las manos que lo cuidan, descubrimos las manos maternales de María que velan, alivian y acogen. Por eso la devoción a la Madre de Dios de la Salud es una invitación a hacernos también nosotros portadores de salud y de salvación: con una palabra amable, con la paciencia, con la presencia y con la empatía.

En esta fiesta, pedimos a María que nos enseñe a mirar con ojos de compasión, a vivir con corazón misericordioso y a ser instrumentos de la ternura de Dios en medio del mundo. Que la Madre de Dios de la Salud bendiga a todos los que sufren, a todos los que los cuidan, y a toda nuestra diócesis, para que en ella encontremos siempre la mano que nos conduce hacia Jesús, única y verdadera fuente de vida y de curación.