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Las lecturas de hoy son toda una profesión de la fe, un «credo». Los israelitas profesan su credo en el templo: «Mi padre fue un arameo errante… Él (el Señor) nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos que tú, Señor, me has dado» (cf. Dt 26,5-10). Jesús responde tres veces a Satanás como reafirmación de lo que Él cree: «No sólo de pan vive el hombre» (Dt 8,3). «Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto» (Dt 6,13). «No tentarás al Señor, tu Dios» (Dt 6,16). Finalmente la segunda lectura contiene una antigua profesión de la fe cristiana: «Jesús es el Señor».

El momento de la tentación es un momento existencial. Jesús conquista en su momento la tentación afirmando la palabra de Dios vivo. En la primera tentación, material y económica (Dile a esta piedra que se convierta en pan), Jesús afirma que hay bienes mayores que el alimento, y que el hombre no es sólo un consumidor. En la segunda tentación, una invitación a utilizar medios ilícitos e injustos para ganar el poder y la influencia (Todos los reinos de la tierra te daré), Jesús afirma que solamente el poder de Dios es absoluto (Adorarás al Señor, tu Dios). En la tercera tentación, Satanás lo provoca, con la Escritura y la religión, a forzar un milagro de Dios, y Jesús afirma que nunca se debe poner a Dios a prueba (No tentarás al Señor, tu Dios). Las tentaciones que Jesús experimenta en este texto del Evangelio son las tentaciones de los israelitas en el desierto y las tentaciones de toda la humanidad. Los israelitas sucumbieron, pero Jesús conquistó las tentaciones y nos permite a nosotros conquistarlas si aceptamos el misterio de la Redención.

La profesión de fe que hacemos en la liturgia no está compuesta de una serie de ideas elevadas de la esencia de Dios, de las cualidades, de los conceptos del hombre o del mundo. El credo de los cristianos está fundado en la historia de Jesús de Nazaret, resucitado de entre los muertos y hecho Señor por su Padre. Las ideas están para pensar, no para creer. La historia de la salvación debe ser ambas cosas: alimento para el pensamiento y una profesión de fe. La liturgia claramente demuestra la increíble fidelidad de Dios hacia el hombre. En medio de los tiempos oscuros y de los momentos aparentemente desesperados de la historia, Dios camina fielmente con su gente en Egipto, en el desierto, y en la tierra que le prometió a Abraham. Cuando Cristo es tentado por el diablo y más adelante cuando parece derrotado por la muerte, su Padre le fue fiel. Dios desea unir su fidelidad con la del hombre; Jesús unió su fidelidad a la del Padre de una manera extraordinaria.