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Esta semana hemos celebrado la fiesta de la Virgen del Pilar. Cuando Jesús inició su vida pública se dio a conocer poco a poco. A través de la predicación de su palabra, a través de los grandes signos que hacía, muchos de sus oyentes empezaron a intuir que Jesús era una persona especial. Sus palabras no eran como las de las demás personas. Tenían un algo que tocaba lo más íntimo de nuestro vivir humano y arrojaban una luz como nadie antes lo había hecho. Algunos, empezando por sus apóstoles, comenzaron a intuir que estaban ante el Hijo de Dios. Una de sus oyentes, una mujer, con acento femenino y materno, se desbordó y ante el gentío que le estaba escuchando gritó: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Un gran elogio de María, la madre de Jesús.

Los cristianos de todos los tiempos siempre hemos reconocido «las obras grandes» con las que el Señor favoreció a María. Empezando por el inigualable privilegio de su maternidad divina. Y en ella, mejor que en nadie, se cumplen también las palabras de Jesús: «Mejor:¡Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen!». Lejos de rebajar a María, esta afirmación es un nuevo piropo de Jesús a su Madre, porque nadie como ella escuchó la palabra de Dios y la cumplió: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra».

Pidamos a María, en su advocación de la Virgen del Pilar, que nos ayude a imitarla, a escuchar con atención y emoción las palabras de su Hijo y que nos dé fuerzas para cumplirlas sabiendo que nos llevan a la alegría de vivir.