La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. (Salmo 18).
El mensaje de la Palabra de Dios de este domingo es claro: Jesús al mostrarnos la realidad del verdadero templo, que es él, nos hace ver que nosotros también somos templos vivos de la presencia de Dios por el bautismo; es decir, sabemos que somos casa de oración, hombres de oración, y también que tenemos, por la fe, un santo celo por la casa de Dios en la tierra.
Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» (Jn 2, 16-17).
Al redescubrir hoy nuestra vocación a la oración, al contacto frecuente con el Padre, como Cristo, queremos buscar una vez más la voluntad de Dios en nuestras vidas y amarla con todas nuestras fuerzas.
San Agustín nos lo explica así:
como en el Cuerpo de Cristo están todos, habla como un solo hombre, pues él es a la vez uno y muchos. Son muchos considerados aisladamente; son uno en aquel que es uno. él es también el templo de Dios, del que dice el Apóstol: El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros: todos los que creen en Cristo y creyendo, aman. Pues en esto consiste creer en Cristo: en amar a Cristo; no a la manera de los demonios, que creían, pero no amaban. Por eso, a pesar de creer, decían: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? Nosotros, en cambio, de tal manera creamos que, creyendo en él, le amemos y no digamos: ¿Qué tenemos nosotros contigo?, sino digamos más bien: «Te pertenecemos, tú nos has redimido».
Y San Pablo en las grandes líneas de la segunda lectura nos mueve a la fe, a fijar nuestra mirada en Cristo, que es la fuerza de Dios, y la sabiduría de Dios, aunque hoy como ayer, muchos le tachen de fracasado, de olvidado del mundo, o de incapaz de dar respuesta a los desafíos actuales. Cristo es nuestro todo, y hoy queremos pedirle a Dios esa fe y ese amor por Jesús para ser fieles a nuestra vocación cristiana, para ser casa de oración y no cambistas que profanan el templo de Dios. Hoy, nosotros y Cristo, con la luz que emana del templo de Dios que son los cristianos debemos de revelarnos contra la cultura de la muerte, contra el nacionalismo enajenante, contra la ideología de género y contra el ninguneo de la asignatura de Religión.
¿Acaso los que pretendieron convertir la casa de Dios en una cueva de bandidos, consiguieron destruir el templo? Del mismo modo, los que viven mal en la Iglesia católica, en cuanto de ellos depende, quieren convertir la casa de Dios en una cueva de bandidos; pero no por eso destruyen el templo. Pero llegará el día en que, con el azote trenzado con sus pecados, serán arrojados fuera. (…) Esta voz la hemos oído en muchos salmos; oigámosla también en éste. Si queremos, es nuestra voz; si queremos, con el oído oímos al cantor, y con el corazón cantamos también nosotros. Pero si no queremos, seremos en aquel templo como los compradores y vendedores, es decir, como los que buscan sus propios intereses: entramos, sí, en la Iglesia, pero no para hacer lo que agrada a los ojos de Dios. (San Agustín).
Necesitamos fe y amor, necesitamos fuego en nuestro interior, para saber amar a Cristo y a los hermanos que lo utilizan, que pasan por su lado pero que no se detienen. Que seamos de Cristo para poder amar a la Iglesia, para poder convertirnos en amantes del plan de Dios para nosotros, y que siendo de Cristo exiliemos de nosotros los criterios del mundo: Cristo vence e impera, el mundo se hunde y no consigue perdurar.