adviento_1

Comenzamos un nuevo Adviento, y con él un nuevo año litúrgico. Como cada año, antes de celebrar el comienzo de nuestra salvación, el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, la Iglesia nos propone estas cuatro semanas de Adviento como un tiempo precioso de espera y esperanza, un tiempo en el que estamos llamados a caminar en la luz del Señor que viene. En el Adviento, la Iglesia recuerda la primera venida de Cristo, Dios hecho hombre, que tuvo lugar en Belén, con su nacimiento. Lo celebraremos en Navidad. Por eso, nos preparamos para celebrar con gozo y alegría ese acontecimiento que ya sucedió en la historia hace más de dos mil años. Pero también recordamos la segunda venida de Cristo, que está por venir. El mismo Señor prometió durante su vida terrena que volvería al final de los tiempos. Por eso, el Adviento es tiempo de espera y preparación. Nos preparamos para celebrar la primera venida de Cristo en la Navidad, pero nos preparamos también para su segunda venida, al final de los tiempos.

La liturgia del Adviento nos recordará que debemos estar preparados y velar, porque el Señor vendrá el día menos pensado. Adviento es tiempo de esperanza, la esperanza que trajo al mundo el nacimiento del Salvador, el príncipe de la paz que nació hecho un niño pequeño en Belén. La esperanza de la salvación que nos trajo Cristo al venir a este mundo, y también la esperanza de una gloria futura que Dios nos ha prometido y que alcanzaremos al final de los tiempos, cuando Cristo venga de nuevo en su gloria. «Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Este es el grito del primer domingo de Adviento. El que duerme no se entera de lo que sucede a su alrededor, y le puede pasar por alto un acontecimiento importante si no se despierta a tiempo.

Cristo ha prometido que vendrá en plenitud y gloria al final de los tiempos. Cuando venga Cristo, los justos serán glorificados con Él y el mundo entero será restaurado. Esta plenitud es la nueva Jerusalén, la patria del Cielo que vislumbra el profeta Isaías, en la que los hombres viviremos para siempre junto a Dios. El mismo Dios que vino hace dos mil años al mundo para llamarnos a seguirle, vendrá al final de la historia a llevar con Él a aquellos que tomaron en serio su llamada. Por eso Jesús nos dice que debemos estar vigilantes. La vigilancia encuentra un simbolismo en el camino de la luz; el profeta Isaías nos lanza esta invitación: «Venid, caminemos a la luz del Señor». Y por su parte, san Pablo nos anima a salir de las tinieblas y a ponernos las armas de la luz para caminar en pleno día. Caminar en la luz es vivir con Dios y desde Dios. Este camino no lo haremos solos; nos acompaña siempre María, que es la mujer del Adviento. Con ella nos preparamos, llenos de esperanza, al nacimiento de Cristo Salvador, y caminamos en vela, despiertos, entre las tinieblas del mundo, hacia la luz gloriosa de Cristo que ha de venir.