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La celebración de la Concepción Inmaculada de María Virgen está muy relacionada con en el sentido del Adviento, porque María es la gran figura de la esperanza. Nadie como ella esperó con tanta intensidad la venida del Salvador. Con el fin de preparar una digna morada para su Hijo, Dios bendijo y santificó a su humilde sierva desde el instante mismo de su concepción, salvándola desde el principio –en previsión de los méritos de Cristo– de la mancha de pecado original. Sin distinguirse externamente de las mujeres de su pueblo y de su época, María es la obra maestra de la gracia divina.

La vida de María estuvo adornada por muchas virtudes: humildad, confianza en Dios, rectitud de intención y disponibilidad para hacer la voluntad de Dios. Sin embargo ahora quisiera destacar una en especial: la pureza, que ella vivió durante su vida de tal manera que se transformó en un espejo de la pureza infinita de Dios. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios», nos dice Jesús; la pureza nos acerca y nos hace semejantes a Dios, y solamente quienes tienen un corazón limpio y ojos puros podrán verlo.

A muchos hoy día les resulta difícil creer en la virginidad de María. No es extraño, porque el ambiente que nos rodea –tan cargado de sensualidad– ha hecho problemático creer incluso en el sentido de la pureza y en el valor de la castidad. ¿No es cierto que desde los medios de comunicación social a menudo se ridiculiza la pureza y se considera la guarda de la castidad como algo propio de gente timorata, tonta o reprimida y retrógrada? ¿No es verdad que frecuentemente se banaliza la palabra “amor” y su significado se reduce únicamente a la satisfacción egoísta de los deseos carnales? ¿Qué podrá entender, pues, alguien que piense así? ¿Cómo podrá apreciar el valor excelente de la pureza de María y de la pureza de corazón de todos aquellos que han querido seguir el camino iniciado por Cristo, reflejo de la infinita pureza de Dios? Por eso, es necesario salir de uno mismo y emprender el camino de la conversión.

En el plan redentor de Dios, María es el modelo de la nueva humanidad salvada por Jesucristo y por eso Él quiso que la salvación abarcase en ella hasta el primer instante de su vida. De algún modo, lo que ella fue desde su concepción, lo somos nosotros con el bautismo. Al contemplar al ser humano, con toda su grandeza, como imagen de Dios, podremos comprender que todo pecado, y por eso también todo pecado contra la pureza, es un ataque contra la semejanza divina que el Señor ha puesto en cada uno de nosotros, una profanación y una injuria contra la dignidad de la naturaleza humana, que es el Templo donde habita el Espíritu Santo. Pero para que la pureza sea auténtica, ha de ayudarnos a descubrir nuestra pobreza humana y hacernos disponibles a la voluntad de Dios; ha de estar acompañada por otras virtudes como las que adornaron la vida de la Virgen María. Invoquemos hoy y siempre a la Santísima Virgen y pidámosle que una su oración a la nuestra para que la gracia de Jesucristo no deje nunca de obrar en nosotros.