El Evangelio de este domingo nos habla del servicio a los demás y de la confianza en Dios. Los discípulos de Jesús, antes de su muerte, creían en un Jesús Mesías triunfante y vencedor, que, por supuesto, era y sería el primero de todos en lo político, en lo social y en lo religioso. Por eso, discutían por el camino quién de ellos iba a ser el primero, después de Jesús, en el reino del que el Maestro sería el Rey y Jefe supremo; quién de ellos iba a ocupar el cargo de primer ministro o de la vicepresidencia, para entendernos.
La respuesta de Jesús es clara y contundente:
Yo he venido a este mundo para servir, para salvar, para redimir a los hombres, no para ser jefe político y social de los demás; por eso, quien de vosotros quiera seguirme a mí debe tener clara su condición de servidor de los demás, no de jefe.
El ejemplo que les pone de acoger a los niños hay que entenderlo también en este sentido: los niños en tiempo de Jesús no mandaban ni contaban para nada; ocupaban el mismo puesto que las mujeres, confiaban en sus padres. Lo mismo nosotros, los discípulos de Jesús, debemos confiar en nuestro Padre Dios y en su Hijo Jesucristo. Y si Jesús vino para servir, no para mandar, lo mismo debemos hacer nosotros, servir a los demás y confiar en Dios.
Ante Dios y ante Jesús, todos nosotros debemos comportarnos como niños y confiar no en nuestras propias fuerzas, sino en el poder y la misericordia de Dios. El servicio a los demás y la confianza en Dios son, pues, los dos mensajes principales de este relato del evangelista Marcos. Y, como para ser servidores de los demás hace falta ser humildes y sacrificados, pues hagamos hoy nosotros el propósito de ser en nuestra vida personas humildes, sacrificadas y con mucha confianza en Dios.