TransmitirLaFe

Al empezar un nuevo curso, en el que la catequesis tendrá como siempre un papel destacado, me pongo a pensar en la transmisión de la fe; ciertamente, ésta es un don divino, pero a la vez, el Señor nos lo ha querido conceder a través de la transmisión y de la enseñanza generacional: los mayores –padres, abuelos, catequistas y maestros– dan a conocer a los jóvenes y a los más pequeños el contenido del mensaje cristiano. Y así, el Evangelio se transmite de generación en generación.

Ya hace siglos, el salmista, en su oración, se dirigía a Dios con estas palabras: «Te daremos siempre gracias, cantaremos tus alabanzas de generación en generación» (Sl 79,13); «Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades» (Sl 89,2); «Señor, tú has sido nuestro refugio por todas las edades» (Sl 90,1). Y la Virgen María, en su encuentro con Isabel, estalló de júbilo proclamando así la alabanza de Dios: «Su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,49-50). Los cristianos de nuestra época y del lugar en donde vivimos somos eslabones en la cadena de transmisión de la fe y del conocimiento de Dios, un conocimiento que también comporta el amor que recibimos de Él y que a Él debemos tener. Por todo ello, nuestra misión es grande y nuestra responsabilidad es inmensa.

Sin embargo, en nuestro tiempo parece como si esta cadena se hubiera roto o, en el mejor de los casos, encallado, y que ya no logremos transmitir los conocimientos evangélicos: hoy día nos encontramos con generaciones de abuelos o de padres, que siempre han estado muy comprometidos con la Iglesia, y siguen estándolo, pero que sus hijos y sus nietos se han alejado de la práctica religiosa o incluso de la vivencia de la fe. Hasta nos encontramos con que en muchas familias la tradición generacional de la fe se reduce a momentos muy puntuales, como pueden ser el bautizo, la primera comunión, la boda en algunos casos, o las exequias, pero falta una práctica religiosa y un compromiso con la Iglesia que sean habituales en la vida de todas estas personas.

Constatamos un hecho, pero no nos dejamos llevar por el desánimo ante tales circunstancias. Con la confianza puesta en la fuerza y la luz que nos da el Espíritu Santo, tenemos que ver nuestra época y nuestra generación como una oportunidad de trabajar en el Reino de y de extender el Evangelio de un modo nuevo, viviendo arraigados en Jesucristo, aprovechando todos los medios que hoy están a nuestro alcance, y agradeciendo a Dios la confianza que ha querido depositar en nosotros al hacernos colaboradores en su obra salvífica.