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En el Antiguo Testamento, Pentecostés era la fiesta de la cosecha que los israelitas celebraban 50 días después de la salida de Egipto. Somos templos del Espíritu Santo y, en el Nuevo Testamento, los cristianos celebramos con su venida la plenitud de la celebración de la Pascua, cincuenta días después de la Resurrección del Señor.

A diferencia del cuerpo, el Espíritu no tiene límites. Todo Él es vida, luz y abrazo profundo de su amor. Tener una buena conciencia es abrir el corazón al Amor de Dios, recibiendo con alegría la llegada del Espíritu Santo, el Paráclito, portador de sus dones y defensor nuestro. Cerrar el corazón al Espíritu Santo es cerrarse al aliento de la vida, a la luz, al consuelo en la tristeza, a la curación de nuestras heridas, a la fuente de donde brota la verdadera vida, la fuerza, la esperanza y el amor; es cerrarse al regalo que Dios nos ofrece gratuitamente: su AMOR. Dios Padre es el amante, el Hijo es el amado, y el Espíritu Santo es el amor. El amor es el sentimiento que nos impulsa a amar al otro, que nos une con él, el impulso suave que nos lleva a convivir con gusto, a estar con los demás y para los demás, el medio divino que nos hace amar.

El Espíritu Santo es la más desconocida de las tres personas de la Santísima Trinidad. A Él lo invocamos en la Eucaristía para pedirle sus dones: la SABIDURÍA, el gusto por lo espiritual que nos orienta a la trascendencia, para apreciar y priorizar los bienes celestiales por encima de todo lo terrenal; la INTELIGENCIA, para comprender la palabra revelada y profundizar en su contenido; la CIENCIA, que ilumina la conciencia en los momentos clave de la vida; el CONSEJO, que enriquece la prudencia, virtud natural, para combatir las pasiones, la ambición del dinero, el dominio sobre los demás y los placeres sensuales; la PIEDAD, que cura la dureza de carácter y abre el corazón a la ternura; el TEMOR DE DIOS, antídoto de nuestro orgullo, que nos lleva a la humildad y sencillez de corazón; y la FORTALEZA, fuerza sobrenatural por encima de las fuerzas humanas para vencer las dificultades.