Hoy en la oración colecta antes de las lecturas, el sacerdote ha rezado: «Concédenos, Señor, alegrarnos siempre en tu servicio, porque en dedicarnos a ti consiste la felicidad completa y verdadera».
Nuestra celebración, hoy nos propone vivir el servicio a los demás como un regalo, con gozo, con alegría. Nos propone ser felices dándonos a los demás. Si pensamos un poco, es un planteamiento de la vida fundamentado en la gratuidad, un poco al revés del mundo que vivimos, en que todo tiene un precio…
Y el evangelio que escuchamos hoy nos es muy conocido, es la parábola de los talentos. Jesús nos recuerda que los dones que hemos recibido, nuestras capacidades, nuestros talentos… tienen un valor inmenso y no son para nosotros, no son para guardarlos, son para ponerlos al servicio de la comunidad, son para ponerlos al servicio de la familia humana, son para ser felices haciéndolos crecer en los demás. Acabo de escribir haciéndolos crecer en los demás, no me he equivocado. No se trata de hacer crecer en mí mis capacidades para mí; se trata de hacer crecer mis capacidades para ponerlas al servicio de los demás, y ser feliz viendo como mis horas perdidas, mis energías gastadas, mi cansancio, dan vida a otra gente y hacen crecer semillas de Evangelio y de Vida en la gente que encuentro en la calle, en la parroquia, en el trabajo, en la familia, en la escuela… y adquieren un valor infinito.
Fijémonos qué dice Jesús a aquellas personas que han puesto sus talentos en marcha, al servicio de los demás: «Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor» (Mt 25, 21). Que nuestra vida sea siempre servicio alegre y gozoso y podamos decir con el salmista: «sirvamos al Señor con alegría» (cf Ps 100, 2)