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El Reino de los Cielos se puede comparar a diez vírgenes invitadas a una boda. Esta comparación evoca un amor cuya falta inquieta el corazón humano. Hay en él el deseo de un amor absoluto, como bien supremo, que no se puede rebajar: «Mi alma tiene sed de ti». Este bien supremo, este tesoro que Dios quiere darnos es la “sabiduría” y es el más valioso del mundo. La sabiduría se deja contemplar por quienes la aman, se deja encontrar por quienes la buscan. Basta con buscarla para hallarla, y llega incluso ante nosotros: va y viene a la búsqueda de aquellos que son dignos de ella.

Cristo es la Sabiduría de Dios, es Él quien ha venido a nuestro encuentro, buscando la oveja perdida. Gracias a Él tenemos acceso al Reino; gracias a Él podemos acoger lo que nuestra alma desea: las bodas eternas en el amor infinito de Dios. Sin embargo, estas bodas no van bien para todos. De entre las diez vírgenes, cinco de ellas tienen reserva de aceite y las otras cinco, despreocupadas, no tienen.

Cuando finalmente llega el esposo, todas se despiertan, pero las que no tienen aceite no tienen nada para iluminarse para que el esposo pueda reconocerlas a tiempo. Más tarde, piden que se les abra la puerta de la sala del banquete, pero la palabra del esposo es: «No os conozco». Es decir, el esposo sentencia: «No te conozco, no veo en ti la luz, no me agradas. No estás en comunión conmigo para poder participar en mis bodas». Así, pues: «Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora». ¿Qué quiere decirnos? ¿No se habían dormido todas las muchachas? No se trata de este sueño, hay otro sueño en el que entraremos definitivamente. De este sueño, el Señor nos despertará: se trata del sueño de la muerte. Al pedirnos que velemos, Cristo nos pide también que pongamos en práctica su Palabra, éste es el significado del aceite. Nos pide que nos dejemos iluminar por el Espíritu Santo para llevar, hasta el sueño de la muerte, la luz necesaria para ser reconocidos por Él el día de la Resurrección. No somos juzgados por antelación, sino amados por antelación. Su amor se nos ofrece gratuitamente, basta con desearlo y buscarlo. Como dice el Salmista: «Tú Señor eres mi Dios,muy temprano te busco». Nunca vacilemos en nuestra esperanza, ni siquiera en la noche oscura, porque «tu amor es mejor que la vida».