Ser Parroquia no es asumir la formalidad de este nombre por el hecho de vivir en una demarcación, es una cuestión de sensibilidad y sentido de pertenencia. Somos en gran parte lo que sentimos y amamos, nos mueven más las experiencias que las ideas; las ideas no nos sirven si no llevan a experiencias de vida personales y compartidas. Mientras palpiten con fuerza entre nosotros la fe y el Evangelio, seremos y nos sentiremos la Iglesia de Jesucristo en nuestra parroquia. Somos Iglesia en la Parroquia: descubrimos que hemos sido bautizados en el Espíritu, que la fe en Jesucristo nos ha hecho tomar conciencia del amor con que nos ama Dios; que la fe nos ayuda a vivir, a luchar, a esperar, a amar… a pesar de nuestras limitaciones e incoherencias.
Somos Iglesia por la voluntad de ser y construir una comunidad parroquial: la fe en Jesucristo nos hace mirar al prójimo como hermano. Si nos conocemos de cerca, podemos recrear lazos de amistad y amor; si no sabemos nada unos de otros o nos ignoramos, sólo estaremos ligados por la vínculo de una demarcación territorial que engloba unos servicios religiosos. Somos Iglesia en cuanto al compromiso de ser una comunidad parroquial fraterna y solidaria: los hermanos preferidos de Jesús tendrían que ser nuestros hermanos preferidos, aquí y allá, los cercanos y los lejanos: los que sufren por cualquier causa, los empobrecidos y excluidos, las víctimas de las injusticias, los enfermos… es la expresión más elocuente de nuestra fe que obra por la caridad (Ga 5,6).
Somos Iglesia porque descubrimos, contemplamos, amamos, agradecemos y celebramos la presencia y la obra de Dios en cada persona, en los hechos y en las cosas. También manifestamos, compartimos y alimentamos nuestra fe en Jesucristo, en la experiencia de espiritualidad evangélica y en la celebración de los sacramentos, den la Eucaristía sobre todo, y en la vida que tejemos, personal y comunitariamente, a nuestro alrededor. Somos Iglesia en la comunión eclesial si tenemos voluntad de ver lo positivo que hay en el prójimo, acogerlo, valorarlo como don de Dios, dando espacio al hermano, ya que participamos de una comunidad universal, la Iglesia católica, con su orden y desorden, lo mismo que entre nosotros también hay orden y desorden, lo cual siempre nos ha de hacer comprensivos. Somos Iglesia misionera: todos somos de Dios, pero no todos conocen a Jesucristo y su proyecto evangélico de vida, ni todos sienten su amor en forma de justicia, igualdad y fraternidad. Seríamos malos cristianos si guardáramos encerrada la fe y la vida en Jesucristo. ésta sería una gran injusticia, un pecado contra el Espíritu Santo. En el final del evangelio de Marcos, Jesús nos lo dice muy claro:
Id por el mundo entero y anunciad a todos el Evangelio. (Mc 16,15).
Somos Iglesia en la formación permanente y en el compromiso de servicio: hemos de promover en nuestra comunidad la participación corresponsable y los carismas de todos, pero eso será prácticamente imposible si nos falta interés por nuestra propia formación permanente como cristianos. Las comunidades parroquiales tienen que organizarse de modo que ofrezcan posibilidades diversas y servicios para el crecimiento como discípulos de Jesús. Pidamos al Espíritu Santo luz para la vida de nuestra parroquia, que él encienda en nuestros corazones actitudes generosas de acogida, de disponibilidad, de vida cristiana personal y comunitaria, de comunión y de voluntad de servicio evangelizador.