La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. (Hb 4, 12-13).

Con estas palabras de la segunda lectura podríamos elaborar un auténtico examen de conciencia. En primer lugar, porqué sabemos que aquella que nos conoce y nos penetra es la Palabra de Dios, lo que el Padre sigue diciendo a los hombres por su Hijo Jesucristo y que recoge el Evangelio. Hoy somos invitados por Dios a dejarnos atravesar por la espada de doble filo que es la Palabra y ser juzgados en nuestros deseos e intenciones. Jesucristo, que es la Palabra hecha carne es quien un domingo más nos visita y nos sondea. Sólo necesitamos presentarnos ante él con generosidad de espíritu, dispuestos a conocer nuevas cosas de nosotros (pues no nos conocemos ni sabemos quienes somos) y así redescubrir dos cosas: que la Palabra eterna habita en nosotros, y que tenemos una muy alta dignidad al ser cristianos. Tenemos que recordar siempre que para este santo ejercicio de examinar nuestra conciencia a la luz de la Palabra de Vida necesitamos generosidad de espíritu, es decir, mostrarle a Dios sin tapujos lo que él ya sabe: cuáles son nuestros deseos e intenciones que habitan nuestro corazón.

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» Jesús le contestó: «Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. (Mc 10, 17-18).

Del diálogo entre Jesús y el joven rico que tenemos en el Evangelio, se extraen fácilmente dos enseñanzas: que el hombre ha de realizar algo, ha de hacer alguna obra concreta para agradar a Dios, para heredar la vida eterna. Y que lo verdaderamente bueno procede sólo de Dios, sólo él es bueno, y los demás lo seremos si nos parecemos a él por nuestras obras. Entonces, ¿por qué a veces nos consideramos buenos, por qué a menudo pensamos que aunque no se haga por Dios, las obras tienen el mismo valor si al final acaban repercutiendo en bien de los necesitados? Cristo una vez más pone a prueba los consensos y opiniones del mundo, ya que sólo su Palabra nos conoce, sólo ella nos puede juzgar verdaderamente y es su Palabra eterna la que sostiene el Universo todo. Si podemos imaginarnos fácilmente la Palabra de Dios como una espada de doble filo, que penetra, que ilumina y que conoce, esta misma Palabra de Dios también actúa, también mueve el Universo, porqué es una fuerza, una energía poderosa que se trasluce en las obras de las criaturas y en las del hombre: es el Amor. San Ignacio de Loyola, cuando se convirtió dejó su espada de soldado en el Santuario de Montserrat (se conserva una copia de la misma). Nosotros también estamos llamados a dejar ante Dios nuestras falsas imágenes y nuestros falsos sueños que nos confunden y nos desfiguran, para encontrar en Dios su Palabra, aquella que nos dirige a nosotros y nos transforma en lo que somos realmente, haciéndonos hijos de Dios, portadores de una gran dignidad.

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