Hablar de envío y misión es referirnos a dos facetas de una misma realidad. De hecho, la palabra «misión», del latín «missio», significa precisamente «envío», pero con el transcurso de la historia y la evolución de nuestros idiomas, «envío» ha venido a significar un acto y «misión» el resultado y la situación producidos por este acto. La misión es una situación permanente en la Iglesia, y así hablamos de las misiones en África, Asia, Oceanía y América, o decimos que Europa es también tierra de misión, al indicar que nuestro viejo continente necesita ser evangelizado de nuevo. Que la misión es un estado permanente lo pone de manifiesto el mismo Jesús cuando en Mt 28,16-20 envía a los discípulos por todo el mundo, y este envío debemos considerarlo como un encargo para los cristianos de todas las generaciones, un cometido del que no podemos desentendernos.

El Bautismo nos ha constituido en testigos del Señor, y aunque a la mayoría de nosotros no se nos ha dado la misión de ir a países lejanos a proclamar el Evangelio, ni de establecernos en otras naciones, Cristo sí nos ha dado el encargo de manifestar su Reino allí donde vivimos, en nuestra familia, nuestro vecindario, nuestro lugar de trabajo o nuestra escuela o instituto; es lo mismo que dijera en su día al hombre que libró de una legión de demonios en Gerasa:

Vete a tu casa, con tus parientes, y cuéntales todo lo que te ha hecho el Señor y cómo ha tenido compasión de ti. (Mc 5,19).

El evangelista continúa explicándonos: «El hombre se fue y comenzó a contar por los pueblos de Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Y todos se quedaban admirados» (Mc 5,20). Esto mismo es lo que debemos hacer debemos hacer, explicar lo que el Señor ha hecho y la compasión que ha tenido de nosotros, porque se trata de una buena noticia que hay que dar a conocer.

Una de las maneras de hacer realidad el encargo de Jesucristo es la catequesis, por medio de ella anunciamos su mensaje y profundizamos en él. La parroquia agradece de corazón a aquellos hermanos nuestros que colaboran como catequistas su preparación, dedicación y entrega, porque son puntales importantes de nuestra comunidad. Sin embargo, la catequesis no es solamente la preocupación y la actividad del sacerdote y de un grupo de personas: es tarea de todos. Todos debemos orar por nuestros catequistas y apoyarlos, todos hemos de acoger en nuestra comunidad a los niños y sus familias, a los jóvenes y a los adultos que vienen a conocer y a aprender, y debemos orar por ellos; todos debemos actuar y vivir como catecismos vivientes, para que en nuestras vidas se vean reflejadas las enseñanzas de Jesú s, y así seamos verdaderos testigos suyos. Y por último, todos debemos estar abiertos a escuchar la llamada, si Dios quiere elegirnos, para ser anunciadores del Evangelio y catequistas.

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