Lo que has hecho con nosotros es un castigo merecido, porque hemos pecado contra ti y no pusimos por obra lo que nos habías mandado; pero da gloria a tu nombre y trátanos según tu abundante misericordia. (Dn 3,31.29.30.43.42).

Esta es la antífona de entrada de la Misa de este domingo XXVI del tiempo ordinario. Es del libro del profeta Daniel, y nos recuerda el sentido de la verdadera misericordia y del perdón de Dios. Creo que para el cristiano de hoy es crucial que pueda comprender en su sentido más hondo el castigo de Dios. Castigar viene del latín, castigare, que está compuesto por castus y por ágere. Es decir, que castigar, significa mover a la castidad o hacer algo casto, es decir, puro, mejor, más adecuado. Dios nos ama como un padre, se preocupa por nosotros y nos corrige, nos endereza y se sirve de todo lo que nos sucede y nos rodea para mostrarnos que él nos quiere atraer al camino de la vida. Por todo ello, este domingo le pedimos al Señor misericordia y perdón y le pedimos luz para saber abrazar sus correcciones y castigos y así andar por la senda de la humildad.

El hombre de hoy niega la necesidad de todo castigo y no se considera necesitado de corrección. Se considera a él mismo suficiente para emprender todo tipo de empresas y excluye a un Dios que se revela y se muestra, y sólo tolera a un Dios hecho a la medida de los hombres y de los valores modernos. Ante esta tendencia de la cultura moderna y relativista, Cristo, en el evangelio, nos advierte contra el escándalo y contra nuestros malos deseos, representados en la mano, el pie y el ojo.

Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. (Mc 9, 45.47).

Hoy muchos dicen que Dios no castiga porqué es bueno, pero vemos en el Evangelio que el Señor nos advierte contra el escándalo a los pequeños y que la Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, nos revela a un Dios que también castiga.

San Ignacio de Loyola escribió al final de su vida que si la gran Compañía de Jesús que él había fundado desapareciera del todo le bastaría con un cuarto de hora ante el Sagrario para comprenderlo y aceptarlo. Como cristianos hemos de aprender a no escandalizarnos ni asustarnos y a comprender las miserias humanas, precisamente porqué en Dios hay siempre misericordia y fuerza espiritual para cambiar a las personas, para hacerlas más castas. Pero, por ejemplo, ante los niños creo que hemos de ser cuidadosos y evitar exponerlos demasiado por ejemplo a la televisión. La cultura que «crea» la llamada caja tonta es en general dañina y tóxica y empezamos a ver a niños malhablados, tristes, crueles… Pidámosle al Señor el don de su Espíritu.

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