DiosInvita

Esta afirmación de san Ireneo de Lyon nos invita a contemplar un profundo misterio: Dios se glorifica en la vida del ser humano, especialmente cuando esta vida florece en plenitud, en amor y santidad. La gloria de Dios no es algo lejano, reservado en el cielo, sino que se hace presente en cada gesto de bondad, en cada acto de fe, en cada vida transformada por la gracia.

Dios no se alegra de la muerte ni del sufrimiento del hombre, sino que desea que vivamos plenamente, que experimentemos la belleza de la existencia, la alegría del amor fraterno y de la paz que nace de la comunión con Él. Así, nuestra vida cristiana es una llamada constante a dejarnos iluminar por esta gloria, no como un peso, sino como una fuerza interior que nos transforma. Cuando amamos sin medida, cuando perdonamos cordialmente, cuando ayudamos al que sufre, reflejamos la luz divina. Incluso en nuestras fragilidades, si las vivimos llenos de confianza y esperanza, se manifiesta la gloria de Dios, porque su fuerza se realiza en nuestra debilidad.

Tengámoslo presente en nuestra vida cotidiana: la gloria de Dios no es algo abstracto, sino la vida que late en nosotros, en cada sonrisa compartida, en cada mano tendida, en cada corazón que ama. Y el hombre viviente, en su plenitud, es aquel que vive en Cristo, porque, como decía también san Ireneo: «La vida del hombre es la visión de la gloria de Dios». Que nuestra existencia refleje esta gloria que Dios ha querido sembrar en nuestros corazones.