Invitados por las Hermanas Carmelitas de San José, que están en Rubí desde hace más de un siglo, hemos vivido con gozo la celebración conmemorativa del inicio del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. Hemos estado profundamente unidos con el Orden del Carmelo Descalzo y con la Iglesia universal, representada en la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona por las diócesis de Cataluña. Hemos podido dar gracias a Dios por el don que representa para la Iglesia la vida y el testimonio de Santa Teresa.
Santa Teresa de Jesús nació en Ávila el 28 de marzo de 1515 y murió en Alba de Tormes (Salamanca), el 4 de octubre de 1582. Empezamos, pues, a celebrar el quinto centenario de su nacimiento en la fecha de su muerte, que es en realidad su nacimiento definitivo a la vida eterna. En este día, la Iglesia recuerda y celebra la memoria de San Francisco de Asís, otro discípulo de Jesucristo muy significativo y de primera magnitud para la vida y la espiritualidad cristianas. Ambos, en unos momentos difíciles, emprendieron la tarea de la reforma de la Iglesia. Que ambos también intercedan por nosotros y nos ayuden a vivir con ilusión y espíritu renovador nuestro seguimiento de Cristo.
Santa Teresa acometió la tarea renovadora de la vida espiritual a través de la reforma de su Orden religiosa, la Orden del Carmen. Veía que aquel ideal de vida contemplativa, de penitencia y oración, inmersos en la vida cotidiana de la sociedad, se desviaba de sus objetivos y sintió que Dios la llamaba a una obra importante para dar luz y sentido a la Iglesia, siguiendo en ejemplo de las primeras comunidades cristianas. Todas las grandes reformas siempre han empezado con un anhelo de volver a los orígenes, y este deseo no podía faltar en la gran obra de la reforma del Carmelo.
Santa Teresa fundó nuevas comunidades carmelitas que llevaran una vida más austera y fraternal, que se dedicaran a la contemplación y a la oración y vivieran del sustento que les procurara el trabajo de sus miembros; en esta tarea tuvo la gran ayuda de San Juan de la Cruz, que emprendió con energía y entusiasmo la reforma de la rama masculina de la orden. Para llevar a cabo esta obra ingente, Santa Teresa tuvo que viajar por toda España, en una época en que los viajes no eran fáciles ni cómodos, expuestos a muchas inseguridades y al cansancio que dejaba mella en nuestra santa. Y también escribió mucho: cartas dirigidas a los conventos, a diversos personajes de la época y obras de espiritualidad llenas de unción y de sentido elevado de la vida cristiana que han llegado a ser cumbres de la literatura mística y patrimonio de la literatura universal. La cultura de Occidente se vería incompleta sin la aportación de Santa Teresa de Jesús.
¿Por qué en este año no leemos alguna de sus obras como Camino de perfección, Conceptos del amor de Dios o Las Moradas (El Castillo interior), por poner algunos ejemplos? Seguro que no nos dejarán indiferentes y serán para nosotros una oportunidad de crecimiento cualitativo en el conocimiento de Dios y de nuestra relación con él.