Recientemente, la Congregación para el culto divino y los sacramentos ha publicado una instrucción sobre el rito de la paz que reafirma lo que desde hace años viene diciendo la instrucción general del Misal Romano. Era necesario aclarar esta cuestión porque desde hace tiempo, al llegar el momento de la paz, se produce en muchos lugares un cierto desorden que no ayuda a vivir bien la celebración. Poco después de que el sacerdote haya recitado la plegaria eucarística e invitado a los fieles a rezar juntos el Padrenuestro, pedimos a Dios que haga venir su paz sobre la Iglesia y el mundo; se trata de un movimiento descendente por el que la paz del Señor llega a nosotros y nos dispone para vivir una unión más profunda con Jesucristo en la participación de su Cuerpo y su Sangre. Por eso, el rito de la paz no está pensado para saludarse efusivamente mientras nos movemos por la iglesia a la búsqueda de personas a quienes dar besos y abrazos. Actuar así es una especie de «rompan filas» que destroza el ritmo de la celebración y no nos ayuda en nada a prepararnos para la comunión.
¿Qué tenemos que hacer para realizar correctamente el gesto de la paz? Después de la invitación del diácono o del sacerdote celebrante, basta con dar la mano o un abrazo discreto a las personas que tenemos a cada lado, no es preciso volverse hacia atrás ni moverse del banco; al salir de la iglesia tendremos ocasión de saludarnos con las personas conocidas o con quienes queríamos hablar y relacionarnos. El momento de la paz no es un acto de convivencia social, sino un acto litúrgico para preparar-nos a la comunión, por eso debe ayudarnos a profundizar en el sentido de la celebración y hacernos tomar conciencia de que no es tanto de la paz que nosotros nos podamos desear, como la paz que nos viene de Dios por medio de Jesucristo y que el Espíritu Santo difunde en nosotros la que nos hará ser auténticos constructores de paz en el mundo.
Simultáneamente a la realización del gesto de paz tal como nos indica la iglesia, debemos orar por la paz que el mundo necesita, especialmente en nuestra época tan convulsa, y al mismo tiempo tomar conciencia de nuestra responsabilidad en la construcción de la paz, trasladándola de la celebración de la Eucaristía al ámbito de nuestra vida cotidiana. De poco servirá darnos efusivamente la paz en la celebración litúrgica si después en la vida de cada día no fomentamos la paz en nuestras relaciones, si en vez de ser constructores de armonía en el trato humano somos agentes de discordia, si sembramos envidias o difundimos críticas de los demás. Acabaré la reflexión con la letra de una canción muy antigua que podrá ayudarnos: «Donde hay amor verdadero, allí está Dios. Al reunirnos no permitamos la división en nuestro espíritu; fuera las luchas malignas y las discordias; que Cristo Dios reine siempre entre nosotros»; y aún añadiría: dentro y fuera de la iglesia. Os deseo a todos la paz del Señor.