Hoy el Señor se nos vuelve a revelar dándonos de nuevo su Palabra divina y sabia. Hoy el Señor sale a nuestro encuentro y nos podemos preguntar cómo nos encontrará, cómo nos ve él, cómo estamos con él.

Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca (Is. 55, 6),

y

cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente. (Salmo 144).

El Señor está cerca y nos busca, está cerca y se deja encontrar, quiere que regresemos a su senda, que descansemos en su perdón y en su verdad. ¿Y cuál es el obstáculo que nos puede impedir este encuentro con el Señor? El principal obstáculo es la envidia, o mejor dicho, la comparación. Cuando sólo nos miramos unos a los otros y nos comparamos según nuestros criterios es muy fácil que no entendamos los modos de hacer de Dios, y que nos hagamos incapaces de comprender lo que es la caridad, la gratuidad o la verdadera libertad.

Entonces se pusieron a protestar contra el amo «Estos últimos han trabajado solo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.» él replicó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia, ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?» Así los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. (Mt. 20, 11-16).

Jesús en esta parábola del Evangelio nos revela los misterios del Reino de Dios y vemos cómo los criterios del Señor muchas veces chocan con los de los hombres. Por eso necesitamos reconocer la cercanía del Señor, pues si no sabemos verle ni buscarle nacerá en nuestro interior el deseo de imponernos sobre los demás con el pretexto de ser justos o incluso éticos. Nuestros planes no son los del Señor, y recibir de él su misericordia gratuita y desbordante, como su predilección por los últimos, siempre nos resultará cuanto menos un poco incómodo. Aquí está la necesidad de conversión.

Hoy en día se habla a menudo de justicia y de ética. El hombre de hoy quiere hacer borrón y cuenta nueva, quiere que en las relaciones entre todos haya justicia y equidad. Pero el hombre de hoy necesita también de la llamada del Señor, para acudir a Dios ahora que se hace el encontradizo, pues nuestros planes no son los tuyos, y si él no conseguiremos nuestros ideales de justicia y equidad.

Benedicto XVI nos recordó muchas veces tres cosas, entre muchas otras: dictadura del relativismo, ley natural y emergencia educativa. El hombre relativista es el nuevo dictador del siglo XXI, ya no hay verdades; la ley natural es ignorada y sobrepasada, pero existen en lo más hondo del hombre y de la creación unas leyes que nos protegen, nos ayudan y os orientan hacia Dios. Y la emergencia educativa es el reflejo claro de la impotencia de Occidente para formar a hombres y a mujeres más allá de su poder adquisitivo y clase social: cada uno tira por su lado y parece que nadie puede salvar a las masas de caer en la ignorancia y en la degradación humana, desde la más tierna infancia. El Papa Benedicto e Isaías comparten un mismo profetismo, ambos son profetas, aunque de diverso modo. Lo que nos recuerdan es sólo una cosa: que el Señor está cerca.

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