Ya hace años, en otra localidad donde ejercía el ministerio pastoral, mientras estaba en los actos de la Diada de Cataluña, me preguntaron por qué la parroquia no hacía una ofrenda floral como las demás entidades locales. La respuesta es que la Iglesia sólo puede hacer ofrendas a Dios, a la Virgen María y a los santos. Es muy legítimo que individuos particulares y entidades civiles hagan actos de homenaje a personas e instituciones por su significación histórica; pero la Iglesia, como institución, no puede hacer actos susceptibles de ser interpretados como acciones de culto y veneración que sólo se rinden a Dios y a personas reconocidas como santas. Otra cosa es que participemos con nuestra presencia de unos actos que procuran cohesionar la vida social y darle un sentido.

El ser humano tiene un anhelo de trascendencia que, si no se realiza en la fe en Dios, buscará realizarlo en otros ideales como pueden ser la nación, la cultura, la lengua, la música, una ideología política, etc. No hay nada que objetar contra el hecho de que cada persona, creyente o no, comparta en diferente medida los valores anteriormente mencionados. La cuestión es que estos ideales son relativos «a nuestra vida y a la época histórica en la que nos toca vivir» y que hacer de ellos un absoluto en cuyo altar quemamos todo el incienso de nuestro tiempo, ilusiones, energías, valores, etc. es caer en la idolatría. Cuando Dios desaparece del corazón del hombre, éste ha de buscar sustitutos.

Los cristianos no podemos olvidar que la Iglesia es unos cuantos siglos anterior a nuestra amada nación y que incluso, en nuestra tierra, muchas parroquias ya existían antes de la formación de Cataluña como ente social, lo cual da testimonio del papel tan importante que tuvo la Comunidad cristiana en la formación, nacimiento y consolidación de Cataluña, no siempre reconocido con justicia. No podemos dejar de lado que el primer texto literario escrito en catalán es un libro de homilías, de comentarios destinados a exponer los contenidos del la Biblia al pueblo. Otros idiomas han tenido como primeros textos literarios novelas, poemas de amor, cartas, contratos, testamentos, etc.; pero el catalán tiene el honor de que su primera expresión literaria haya sido la exposición de la Palabra de Dios al pueblo; así pues, vemos un idioma construido para la comunicación, capaz de dar a conocer las verdades más sublimes y eternas a los seres humanos. Usar bien el idioma nos pide no olvidar las raíces de donde venimos. Olvidarlas y convertir en dioses las expresiones culturales es idolatría.

Si me preguntan sobre mi posición respecto a la independencia de Cataluña, prefiero responder con la frase del obispo Torras i Bages: «Cataluña será cristiana o no será», ya que hemos dado importancia a unos valores i relegado otros al olvido y la ignorancia, y lo cierto es que hoy se defiende un modelo de sociedad que se aleja del ideal del Evangelio y que parece querer cortar con las raíces cristianas que la sostenían, con el riesgo subsiguiente de perder la identidad en pocas generaciones. Seguramente, la solidaridad es el valor estrella, pero interpretado a conveniencia; junto con esto, se desprecian la fe, el respeto a la vida en todos sus estadios, el respeto a la persona, que no puede ser rebajada a un simple objeto y muchos otros valores que son innegociables. Creo que la cuestión candente en realidad es el modelo de sociedad que queremos construir ahora y para el futuro, un modelo de sociedad en el que Dios no puede ser relegado a la esfera privada, porque si los humanos somos sociables por naturaleza se lo debemos al hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios; una sociedad en la que el cristianismo, que proclama a Dios hecho hombre, tiene aún mucho que decirle.

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