Uno de los santos más importantes y significativos que celebramos en octubre es San Francisco de Asís, conocido como «il poverello»; no hay duda de que se trata de una de las principales figuras de la historia y de la espiritualidad de la Iglesia por el impacto que tuvo en su época y por la influencia que ha dejado sentir la santidad de su vida en todos los tiempos y también en el nuestro. San Francisco es y será siempre una figura actual.
Se ha dicho que San Francisco es el santo que más se parece a Cristo. De hecho, todos los santos, por su fidelidad al Evangelio, se parecen a Cristo y en ellos se destacan unos aspectos determinados que los convierten para nosotros en modelos a imitar. En San Francisco son muchos los aspectos de su vida y su persona que lo configuran a Jesucristo: la obediencia a la voluntad divina, la total confianza en Dios como Padre, la búsqueda de la vida fraterna en comunidad, la apertura al Evangelio y el seguimiento del Señor en su Pasión, que incluye no sólo los momentos finales de la vida del Salvador en la tierra, sino también el mismo momento de su Encarnación y Nacimiento en Belén hasta llegar a derramar su sangre en la cruz. San Francisco recibió también el don de los estigmas, las llagas de Cristo que se marcaron en su carne.
Todos recordamos el episodio evangélico del joven rico que, después de escuchar la invitación a dejarlo todo, venderlo y dar el dinero a los pobres, se fue entristecido porque no quería desprenderse de sus riquezas. Su interés por Jesús se desvaneció y no fue capaz de seguirlo. ¿Había fracasado Jesús? ¿Habían caído sus palabras en saco roto? De ninguna manera! Porque muchos otros jóvenes, en diversas épocas escucharon esta misma llamada a través del Evangelio y respondieron afirmativamente a Jesús, entre ellos Francisco de Asís.
Con una actitud humilde, il poverello propició una reforma de la Iglesia de su tiempo, siempre con fidelidad y obediencia al Papa y al obispo de su época, porque Francisco era un hombre de comunión. Estas son las actitudes que hemos de tener nosotros en el momento de trabajar para la renovación de la Iglesia de nuestro tiempo.
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