Este año la memoria de san Antonio Abad cae en domingo y, dado que hemos entrado en el Tiempo Ordinario, podemos dar mayor relieve a su figura en la liturgia dominical. San Antonio Abad, conocido popularmente como San Antón, es uno de los santos más celebres de la Iglesia porque su vida ascética y monástica en una época primera de la historia del Cristianismo impresionó a muchos. Él fue uno de los iniciadores de la vida monástica cristiana en el desierto de la Tebaida (Egipto), donde reunió a muchos discípulos que siguieron sus pasos. También asesoró teológicamente al Patriarca de Alejandría, san Atanasio, en su intervención en el Concilio de Nicea y en la lucha contra el arrianismo; es sin duda uno de los santos que con la luz de su pensamiento más influyó en el establecimiento y cimentación de los dogmas de la divinidad de Jesucristo y de la Santísima Trinidad. Aunque no era hombre de muchas letras, porque no tuvo la oportunidad de realizar grandes estudios, sí que fue una persona de grandes luces y de gran sabiduría sobrenatural que Dios le comunicó.
Podríamos referir muchas anécdotas que se explican de san Antón y que lo han hecho muy célebre, pero quiero centrarme en una que, para mí, es la que da sentido a toda su vida de amor a Dios, de seguimiento de Jesucristo y de fidelidad a la Iglesia, y que pone de manifiesto que la Palabra de Dios nunca cae en saco roto: me refiero al hecho que le llevó a optar radicalmente por dejarlo todo y seguir a Jesucristo en la vida monástica. En aquella época, cuando tenía unos 18 años, Antonio era un joven rico, hacía poco de la muerte de sus padres y él se había quedado al cuidado de una hermana menor; con los bienes que poseía podía llevar una vida tranquila y despreocupada.
Hacía casi tres siglos que Jesús había invitado a un joven rico a seguirlo, pero éste se echó atrás porque no quería desprenderse de sus bienes. En un primer momento podemos verlo como un fracaso de Jesús. Pero ¿fracasó realmente la Palabra de Dios?, ¿había caído en saco roto cuando Jesús la pronunció en el mundo? Un domingo en el que Antón escuchó este Evangelio, se dio cuenta de que estas palabras Jesús las había dicho también para él, y lo que no hizo aquel joven en su momento, lo hizo él: al salir de la iglesia fue a vender todo lo que tenía, solamente dejó una cantidad que reservó para su hermana y la confió al cuidado de unas mujeres piadosas, y él se retiró al desierto de la Tebaida. Aunque quería buscar la soledad, tuvo una notable influencia espiritual y social. San Antonio Abad nos enseña que la Palabra de Dios ha sido revelada también para nosotros y que puede y ha de tener una gran influencia en nuestra vida, porque Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre.