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Jesús no quiere ser Él solo el portador de la Buena Noticia; necesita, desde el primer momento, de colaboradores en esa tarea. Ya en el Antiguo Testamento, Dios se servía de alguien para anunciar sus palabras. Ahí está hoy el profeta Jonás, al que se dirige el Señor es estos términos: «Ponte en marcha… (les anunciarás a los habitantes de Nínive): lo que yo te comunicaré» (Jon 3,2). Se trata de una palabra divina, que advierte a los ninivitas que su conducta es mala y deben arrepentirse. Tan profundamente caló aquella palabra que el cambio fue radical. También Jesús en el pasaje evangélico de este domingo comienza su ministerio llamando a los primeros discípulos. «Venid en pos de mí», proponiéndoles una misión: «Os haré pescadores de hombres» (Mc 1,17). Se trata de la misma propuesta que Dios hace por diversas mediaciones a todo hombre y casi siempre muy calladamente.

Cuando Juan desaparece de la escena por su detención, comienza Jesús a proclamar el Evangelio. La Buena Noticia se abre paso a través de sus palabras y gestos. Y el mensaje que proclama, por una parte, conecta con el del Bautista: la llamada a la conversión, y por otra, Jesús añade una novedad: «Creed en el Evangelio». Como ya vimos el domingo pasado, Jesús elige a sus primeros discípulos: pescadores, gente normal, con un corazón abierto a todo lo que signifique nuevo y a todo lo que pueda llenar en profundidad ese corazón. Simón, Andrés, Santiago y Juan, de este cuarteto Jesús escogerá a aquellos que serán sus mejores amigos; estos cuatro lo dejaron todo y se fueron con Él.

Todo discípulo de Jesús se apoya en estas tres piedras angulares: Conversión, fe y vocación. Todo comienza por la fe que conduce a la conversión; pero esa fe y esa conversión tienden a culminar en la respuesta a la vocación que todos hemos recibido. Todos, por el hecho de estar bautizados, hemos sido llamados por el Señor lo mismo que los cuatro del Evangelio. Sólo queda que cada uno responda sí o no a esa llamada por sí mismo, sólo falta que yo haga mía esa llamada del Señor, que la interiorice, que no sea algo superficial o añadido a lo que es mi persona y mi proyecto personal de vida.

Estamos celebrando el Octavario de oración por la unidad de los cristianos y mañana celebraremos la fiesta de la conversión de San Pablo, una celebración que cada año nos recuerda que la tarea por lograr la unidad de los que creemos en Jesús es otra de las tareas pendientes en la que todavía nos queda mucho por hacer, si a lo largo del año es algo que no tenemos demasiado presente, por lo menos hoy pidamos al Señor que entre todos vayamos consiguiendo la tan ansiada unidad. Le pedimos por intercesión de María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, que nos siga dando fuerzas para ser más consecuentes con lo que decimos creer.