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Celebramos hoy el Bautismo del Señor. Llama la atención el hecho de que Jesús, el Hijo de Dios, se acercara a la ribera del Jordán a pedirle a Juan, su primo y precursor, que le bautizara. Tanto es así, que el mismo Bautista se queda impresionado de la petición del Señor. Y nos cuenta el Evangelio que Juan, «al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía sobre Él en forma de paloma y se oyó una voz desde el cielo», la voz del Padre que lo identificaba como su Hijo, el Dios-Hombre (Mc 1,7-11).

San Juan Bautista nos da el testimonio de lo que ve y oye. Dice haber visto al Espíritu Santo aletear sobre Jesús. La misma descripción nos hace el Génesis del Espíritu de Dios: «aleteaba sobre las aguas» (Gen 1,2). Por eso san Juan Bautista dice que ve al Espíritu de Dios descender sobre Jesús en forma como de paloma. Pero, además, el Bautista oyó la voz de Dios Padre que revelaba quién era Jesucristo: «Este es mi Hijo amado» (Mt 3,17). Es decir, en este pasaje del Evangelio vemos al Padre que habla, al Hijo hecho Hombre que sale del agua bautizado y al Espíritu Santo que aleteando se posa sobre Jesús. ¡Como sería eso! ¡La Santísima Trinidad en pleno!

Pensar en el Bautismo de Jesucristo, el Dios-hecho-hombre, nos debe llenar de gran humildad: si todo un Dios se humilla hasta parecer un pecador y pedir el Bautismo de conversión que san Juan impartía a los pecadores que se convertían, ¿qué no nos corresponde a nosotros, que somos pecadores de verdad?

El Bautismo de Juan no es igual al Bautismo sacramental. El Bautismo que nosotros hemos recibido es mucho más que el bautismo del Jordán. El sacramento del Bautismo vino después, a partir del momento en que Jesús ordenó a los Apóstoles bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Recordar el Bautismo del Dios-Hombre es recordar nuestro propio Bautismo. Pero también es recordar la necesidad que tenemos de conversión, de cambiar de vida, para asemejarnos cada vez más a Jesucristo. Es recordar la necesidad que tenemos de purificar nuestras almas con el arrepentimiento y la confesión de nuestros pecados. Así podemos mantener limpia la vestidura blanca de nuestro bautismo y encendida la luz que recibimos ese día. Recordar el Bautismo del Señor es también recordar nuestro futuro eterno, es decir, recordar que nos llegará el momento de pasar a la otra vida. Y que para que se nos abra el Cielo hay exigencias de parte de Dios que debemos cumplir en esta vida. Cumpliéndolas se nos abrirá el Cielo como se abrió en el Bautismo de Jesús y podremos oír la voz del Padre que también nos dirá: «Eres mi hijo(a) amado(a)».